Pedir perdón sincera y unilateralmente, es un hecho insólito en éste tiempo de creciente déficit moral y obcecada soberbia. En partes enfrentadas por hechos injustos y violentos, pueden llegar a darse su ausencia, si una de ellas es vencida o si convencidas ambas, se ponga fin a los hechos causantes de sufrimiento por alcanzar condiciones de convivencia.
Pedir perdón es un hecho simpático impulsado por una necesidad moral. La motivación principal para dar el paso, es la ilusión emocional que le surge a una de las partes, al percibir que la ausencia de hechos violentos e injustos ha sido posible gracias a que la otra parte enfrentada ha cambiado hacia actitudes sinceras para el entendimiento.
Es un gesto de honor que honra a quien lo ejerce; es el paso para que quien lo recibe, se sienta motivado a actuar recíprocamente, s no públicamente con palabras, al menos con hechos que demuestran que sinceramente así lo siente.
Vivimos en una sociedad emocionalmente alterada, por hechos cotidianos, que arrancan de un pasado doloroso que está latente en quienes aún esperan si no el perdón público, al menos una reparación moral y económica.
Discretamente, para no despertar fantasmas en quienes hayan podido rasear en su mente ese pasado, sería un gesto de honor para el Gobierno, reubicar la fecha de inicio del inventario de represaliados y víctimas de la violencia; tratar de favorecer el perdón y el olvido, disolviendo ese pasado, para crear juntos un futuro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 30 de julio de 2002