El escultor Xabier Santxotena ha presentado en el Señorío de Bértiz (Baztán) diez de sus últimas obras, nueve en madera y una en acero, que traducen homenajes personales del artista y evidencian su admiración por los elementos de la cultura vernácula vasca. Hace ya tiempo que Santxotena convirtió su casa-museo Gorrienea, en Arizkun, en una referencia fundamental de la cultura en el valle de Baztán.
Cerca de ese espacio, en Oronoz-Mugairi, expone hasta septiembre, un conjunto de piezas vinculadas al Santxotena de los últimos años de su taller en Artziniega, 'el de los setos vivos, trasuntos reales de la naturaleza, y el del homenaje emocionado a Galíndez, que lo es del corazón', indica el crítico Salvador Martín Cruz en el catálogo de la muestra.
El trabajo del escultor, descubierto en la década de los setenta por Jorge Oteiza y formado en Álava en la escultura en piedra, tiene algo de ciclópeo, totémico, que lo vincula a la obra última de Remigio Mendiburu. Una síntesis, añade el experto, 'entre su propio pasado estructuralista y hasta constructivo, con un organicismo referencial, cuyo último maestro es la propia naturaleza'.
Doble máscara, A Jackson Pollock, A Brancusi, Destino quebradizo, Eguzkilore, Columna caos, Mikeldi I y II, A Bitoriano Gandiaga y A Matisse son los títulos de las piezas, formadas con retazos de madera, 'en forma de patch-work transformado en expresión sorprendente e ingeniosa', subraya el director del Museo de Navarra, Francisco Javier Zubiaur.
Representante del neoexpresionismo abstracto, Santxotena, creador de arte y gastronomía, sigue ligado a la cultura del bosque, ya presente en su serie Basoak.
Los dos Mikeldi oponen a la Columna caos, símbolo del seísmo salvadoreño recordado con pesar, el orden del jeroglífico de la armadura, de aspecto más constructivo que espontáneo. Es Mikeldi un toro rojo que, se decía, habitaba en una cueva de Sara y avisaba con sus mugidos, a cuantos pasaban, del peligro de los parajes próximos. Como subraya el director del Museo de Navarra, 'esa fortaleza de la anatomía del genio Mikeldi, exagerada por el miedo al desconocido, es la que queda plasmada en la conjunción de elementos en torno al hueco'.
Entre los homenajes, destaca el dedicado a Bitoriano Gandiaga, la escritura poética de este padre franciscano que confió a Oteiza sus más íntimos versos cuando aquél ejecutaba su Apostolado en Arantzazu.
Santxotena juega en A Matisse con el ensamblado de piezas curvilíneas superpuestas, se sirve de una columna con dos vaciados ovales para homenajear a Brancusi, utiliza el relieve sobre la superficie del soporte para conectar con el informalismo de Pollock y completa el recorrido por los bosques con Eguzkilore y el anuncio, en el exterior de la sala, de la única pieza en acero, una banda de palomas, síntesis del otoño baztanés.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 31 de julio de 2002