Hubo que sacrificarlas. Estaban heridas, deshidratadas, agonizantes. Después de dos días varándose en las playas de Cape Cod, Massachusetts, al ponerse el sol el martes estaba claro que las últimas 31 ballenas de la manada que había llegado desorientada el día anterior y había quedado varada en la arena, ya no podían salvarse. Los biólogos marinos del Acuario de Nueva Inglaterra de dicen que sólo les quedó la opción de la eutanasia.
Ha muerto la manada completa de 56 ballenas piloto, 25 por causas naturales, tres de ellas preñadas. Los científicos aún no se explican por qué los espléndidos cetáceos insistían en volver. El lunes se vararon en las arenas de Sunken Meadow Beach, en el pueblo de Dennis; 11 murieron enseguida y a las otras las ayudaron a adentrarse de nuevo al mar. A primeras horas del martes, las 45 sobrevivientes aparecieron en la playa cercana de Wellfleet Bay. Un ejército de más de 300 voluntarios las taparon, regándolas para evitar que sufrieran quemaduras. Fue una labor infructuosa. A medida que iba pasando el día y aumentando las temperaturas, 14 fallecieron y muchas otras mostraban señales de agonía. Al final, según los biólogos, la opción de volver a empujarlas hacia el mar no era factible, porque hubieran regresado. Son animales altamente sociables y cuando están en apuros se llaman y otras tantas acuden en su ayuda.
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* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de agosto de 2002