En los últimos años es muy frecuente el empleo de la palabra 'tolerancia'. Quizá lo más novedoso en los últimos meses es que se utilice de modo generalizado la expresión 'tolerancia cero'. El todavía no lejano 1995 fue declarado como el Año de de la Tolerancia; desde entonces, pienso que los políticos han cambiado su enfoque de este concepto, en gran medida por los desbarajustes sociales vividos en muchos países.
Bush anuncia 'tolerancia cero' para atajar los escándalos financieros, dispuesto a encarcelar a los culpables de los fraudes. 'Tolerancia cero' es también la consigna para afrontar la delincuencia juvenil. En Francia, un proyecto de ley prevé la posibilidad de encarcelamiento preventivo para jóvenes entre 13 y 16 años y de imponer sanciones educativas a partir de los 10; en el Reino Unido, una nueva ley amenaza con suprimir los subsidios familiares a los padres que no hagan lo necesario para evitar el absentismo escolar de los hijos; en España, la ley del botellón prohíbe la venta de bebidas alcohólicas a menores de 18 años y veta el consumo callejero cuando se altere la tranquilidad ciudadanana.
También 'tolerancia cero' con la inmigración clandestina, sin que quepa segunda instancia que legalice al sin papeles. Parece que un gobernante que no apele a la 'tolerancia cero' no se está tomando en serio sus problemas.
Me parece que este giro tiene que hacernos pensar sobre el verdadero significado de la tolerancia, ya que hemos pasado de una situación en la que el peor insulto era 'intolerante' a otra en la que 'no se puede hacer nada' sin recibir un golpe legal severo.
Pienso que todas estas medidas paliativas propuestas en los diversos países ponen de manifiesto un fracaso de los sistemas de educación personal y cívica y hacen necesaria una reflexión profunda al respecto. No vamos bien.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de agosto de 2002