El Oiyín, una de las principales fiestas de los pueblos autóctonos de la remota República del Altái, nació en los últimos años de la Perestroika soviética bajo la cobertura de juegos deportivos nacionales. Hoy, El Oiyín se ha convertido en una fiesta que abiertamente aboga por la cultura de los pueblos autóctonos de la zona y en una reafirmación de sus valores tradicionales. Sus verdaderos orígenes hay que buscarlos en los tiempos en que estos pueblos eran nómadas: cuando el ganado era llevado de los pastizales de invierno a los de verano quedaban unos días en que había menos trabajo y que eran aprovechados para competir en destreza.
Antes de llegar al lugar de la fiesta, celebrada en Kokoriá, una aldehuela perdida en medio de las vastas estepas fronterizas con Mongolia, China y Kazajstán, atravesamos la República de Altái y pudimos comprobar que quien busque lo exótico o el turismo de aventura encontrará aquí un espléndido destino. Los autóctonos todavía usan el caballo como principal medio de transporte, pero también son frecuentes, en el sur, el camello o incluso el yak, una especie de toro enano y peludo. Para la aventura están, ante todo, los ríos -como el Katún, el Ishá y muchos otros con cuyos rápidos gozarán los aficionados al rafting-, y las montañas nevadas, en especial Beluja, que, aunque no muy alta, 4.506 metros, su escalada resulta técnicamente difícil.
Además, Beluja es un lugar de peregrinaje: el pintor Nikolái Roerich sostenía que allí se encuentra el Shámbala, una especie de paraíso. También los antiguos creyentes, grupo ortodoxo caracterizado por su rigidez y rechazo al progreso, llegaron al Altái en busca de su tierra prometida: Belovodi (Aguas Blancas). Todavía sobreviven, especialmente en el distrito de Ust-Koksa, lugar de crianza de los maral, ciervos a los que se les cortan los cuernos, muy estimados en la medicina oriental. El Alto Altái aloja también uno de los más grandes parques nacionales de Rusia, que se extiende en la margen oriental de lago Telétskoye o, en altaico, Altín-Kel (Lago de Oro).
Las contradicciones y conflictos culturales entre los rusos y los pueblos autóctonos hacen su convivencia delicada. Para los altaicos de las zonas adyacentes al Telétskoye, incluso las medidas conservacionistas son tomadas como un atentado contra su forma tradicional de vida. Ante la falta crónica de trabajo -el mayor mal que les aqueja, junto con el alcoholismo-, la caza, ocupación ancestral de los altaicos, cobra una gran importancia como fuente de ingresos y de alimentos. Y no pueden entender que los rusos no les permitan ir a cazar al parque nacional. Por eso ignoran las prohibiciones, lo que lleva a enfrentamientos con los guardabosques.
Las modalidades en las que se compite en El Oiyín son las mismas de hace siglos: levantamiento de piedras -la más grande, de 120 kilos-; tiro al arco; lucha libre, en la que uno es derrotado si tres miembros tocan el suelo -dos pies más una mano, o dos manos más un pie-, y carreras de caballo, la más larga, de 12 kilómetros, en las que el jinete -niños de entre 12 y 15 años- a menudo revienta la montura con tal de que corra más veloz. Pero la más espectacular de las competiciones es el rodeo altaico: tras un cerco se encuentran una veintena de caballos salvajes numerados que jamás han sido montados; cada equipo está compuesto por tres hombres, a los que se les da el número de un caballo, que deben lacear y sacar del ruedo, ensillarlo y montarlo, todo esto en menos de cinco minutos. El jinete debe permanecer sobre el animal por los menos un minuto. Junto a estas competiciones de destreza, las hay culturales: desfile de trajes nacionales, conciertos de canto gutural -que en realidad son relatos históricos- y representaciones teatralizadas de leyendas.
Invasiones de tártaros y mongoles
El nombre altaico reúne a una serie de grupos étnicos de lengua túrquica -telenguitas, teleútas, kumandinos, altaikizhí o propiamente altaicos...- que llegaron a estas tierras después de los escitas y los sármatas, y que participaron en las grandes invasiones tártaro-mongolas del medievo. Practican el cristianismo ortodoxo o el islam, pero ambos con gran influencia pagana: del chamanismo y de la adoración a la naturaleza.
Prácticamente todo altaico considera que la naturaleza está poblada por espíritus, a los que debes respetar. Por eso, en todas las fuentes naturales, caídas de agua o pasos montañosos uno puede ver árboles-chamanes, a los que el altaico amarra una cintita en agradecimiento por el agua que ha consumido o por haber llegado a la cima de la montaña sano y salvo. Muchas fuentes son consideradas milagrosas, y entonces, junto a éstas, además de las consabidas cintas, uno puede ver al pie del árbol-chamán unas gafas o incluso unas muletas dejadas por quien se ha curado después de lavarse.
Las huellas de los antepasados están por doquier en el Alto Altái, principalmente en forma de petroglifos. Los dejó tanto el hombre del Neolítico y el de la Edad de Bronce como los primeros turcos. Los sitios donde se encuentran las 'piedras de ciervo' -llamadas así porque el petroglifo más frecuente representa ese animal- son considerados santos y se han convertido en lugar de peregrinación. Cerca de Kosh-Agach, unos arqueólogos descubrieron hace unos años lo que ya se ha dado en llamar, con exageración, el Stonehenge del Altái: un gran círculo compuesto por rocas que contiene una serie de otros círculos más pequeños. Se podría pensar que se trata de una coincidencia, pero alrededor no se ve más que la estepa pelada, sin una piedra que se le parezca; los especialistas afirman que las rocas fueron traídas a este lugar por el hombre y puestas en círculo con un propósito especial. En algunas vemos petroglifos de ciervos o de jinetes a caballo de más de 1.500 años.
GUÍA PRÁCTICA
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de agosto de 2002