El Partido Popular ya ha dado a luz a su nueva ley contra el consumo de alcohol en las calles y plazas. En el telediario de TVE del lunes se afirmaba que esta norma pretende frenar el acceso de los menores a este tipo de bebidas. Al mismo tiempo, mostraban la gratitud con la que los vecinos reciben la ley que terminará con sus suplicios nocturnos. No quiero valorar la eficacia que tendrá esta medida si no está acompañada de un aumento impresionante del número de policías.
Tampoco quiero tildar esta norma de populista -cada vez falta menos tiempo para las elecciones municipales-. Sólo quiero saber cuál es el fin que se persigue con la aprobación de la ley antibotellón. Si lo que se busca es impedir que los menores de edad consuman alcohol, ¿no existía una legislación contra este tipo de delito anteayer? Pero, si lo que se desea es acabar con los molestos ruidos que los jóvenes provocan, ¡cuidado!, no se termina con la suciedad escondiéndola bajo la alfombra; sólo se mueve de lugar. La ley cambia la alfombra por el techo y las paredes de las discotecas. En estos locales, eso sí, perfectamente insonorizados, se pueden adquirir y consumir pastillas de éxtasis por menos dinero del que cuesta una copa en un bar. Los jóvenes podrán consumir drogas, pero los mayores no tendrán que verlo. ¿El Gobierno ha aprobado alguna norma antipastillas? No, saben que un árbol no produce ruido si se cae en un bosque en el que no hay electores para oírlo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 6 de agosto de 2002