Cuando la sangre sale por la herida de un golpe sin piedad y solapado, por hombres criminales impulsados... mi alma se estremece compungida.
Me quedo sin palabras y sin vida. Resucito y me siento indignado. Me perturba el dolor desmesurado, porque sangra mi Patria dolorida.
Las manos criminales de odio llenas elevan sin cesar la viva llama... Siegan robles y siegan azucenas.
La huella del horror al Cielo clama. Y una y otra vez las mismas penas... Hasta cuando, Señor, el triste drama.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 9 de agosto de 2002