Antes las personas tenían tiempo para todo, puesto que el tiempo no era un problema, no se cotizaba, e incluso podían permitirse el lujo de estar un grupo de jóvenes charlando horas y horas -como suele decirse perdiendo el tiempo- o escuchando a algún familiar o persona mayor contando chistes o historietas de la vida, hasta altas horas de la noche, que podrían ser las doce, el que más tarde se acostaba. Hoy en día siempre nos falta tiempo para todo, andamos de cabeza corriendo, con los nervios de punta, agobiados por una serie de problemas que la vida cotidiana nos trae y algunas veces nos consolamos diciendo que 'el tiempo es oro y hay que aprovecharlo'.
No se puede perder el tiempo. Ni siquiera para escuchar a la persona mayor, o al señor de las historietas, aunque sea para darnos algún consejo. La juventud tiene prisa y se marcha a relacionarse por las noches a la hora que antaño se acostaba. Todo al revés. ¿Adónde creemos que vamos con tanta prisa? Quizás al precipicio, si no rectificamos a tiempo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 10 de agosto de 2002