¿Recuerdan ustedes el secreto de confesión que los curas ejercían como la conciencia prestada por la abdicación del pecador? Dentro de todos los juramentos que los ministros del Altísimo debían oficiar se encuentra la negativa -léase silencio- a revelar la identidad del descarriado. El confesor se convertía en conciencia intermedia. Eran y son tiempos en que la víctima era obviada y utilizada como experimento obsceno cuya finalidad consistía en simular una conciencia artificial pero a la vez aguda. La trama teatral se desvela como sigue: en el País Vasco hay un 'Supremo Ojo Escrutador', hay ministrillos silenciosos, que no cobardes, pues sólo al anterior deben obediencia confesional..., y el pobre diablo es la organización que mata abdicando de su propia sin conciencia. Por supuesto: Dios jamás ordena matar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 10 de agosto de 2002