La ventaja que tiene uno de haber estado en muchos centros docentes -los inconvenientes son mayores aún- es la de haber conocido a los personajes más variopintos. En uno de estos centros conocí a Jaime Larrinaga. Su simpatía, desenfado y cierta afición por los encuentros en torno a una mesa hizo que nos conociéramos e intimáramos un poco a fondo.
Estuvo en mi boda, con otro gran amigo, el difunto Jesús Ellacuría, y algunos amigos de aquel entonces.
Sin conocer para nada el problema -no es lo mío- creo que se han desorbitado las cosas. Jaime no es un hombre 'de escolta' (no me le imagino con ella) y los de Maruri, unos 'majetones'. Recuerdo a dos alumnos de Maruri que eran perfectos, o casi. Aunque te lo propusieras no le podías bajar de sobresaliente. Rondarán ahora los cuarenta, eran unos fenómenos y Maruri es precioso.
Que pase la tempestad y que todos, respetándonos mutuamente, construyamos esta Euskadi que tanto nos está costando.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 10 de agosto de 2002