Un año más, con la llegada del estío, se prodigan los eventos culturales de toda índole que en muchos casos se dan cita en poblaciones donde habitualmente existe poca o ninguna oferta cultural de calidad. Serían, pues, buenas ocasiones para fomentar la Cultura, con mayúsculas, allí donde no es fácil acceder a ella. Sin embargo, los horarios en que tienen lugar estos acontecimientos no propician su disfrute. He observado año tras año la tendencia a retrasar la hora de las actuaciones hasta el punto de que es difícil encontrar un espectáculo que comience antes de las nueve de la noche, siendo lo normal que comiencen a las diez, y los más de ellos, ¡a las once de la noche!
Sinceramente, no sé quién puede estar lo suficientemente lúcido para asimilar un concierto barroco o el verso de Lope hasta ya entrada la madrugada, y mucho menos si se quieren hacer compatibles estas actividades con el trabajo diario. Me atrevería a decir incluso que tampoco los artistas se encontrarán en plenas facultades a esas horas (el mismo Barenboim hace ya muchos años dijo que no volvería a Madrid si tenía que tocar a las diez y media de la noche).
Pediría a los organizadores sensatez en este asunto porque muchas personas tenemos que renunciar a estos espectáculos por culpa de un horario absurdo, personas que, 'sorprendentemente', utilizan la noche para descansar.
Lo que se está haciendo así es orientar las actividades culturales estivales a un público compuesto en esencia por desocupados, veraneantes y noctámbulos, no siendo ésta, a mi juicio, la mejor forma de promover la escasa cultura que se nos ofrece en España.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 11 de agosto de 2002