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"No comemos desde las dos, pero ¡esto es la leche!"

Penti resumió el ánimo de la delegación española, que llegó ayer de Múnich cargada de medallas y a la que esperaban unos cien aficionados

Glory Alozie, oro en 100 metros vallas, deambulaba por el vestíbulo, compacta, menuda, con la sonrisa puesta y el móvil incrustado en un oído. Mayte Martínez, plata en 800, nerviosa, caminaba de una punta a otra por el perímetro circular de la cinta que poco más tarde expulsaría su bolsa con el logotipo de la federación; y Antonio Jiménez Pentinel, Penti, oro en 3000 obstáculos, confesaba con la mirada azul, un poco perdida mientras esperaba su equipaje, que la expedición no había comido nada desde las dos. "Y con las celebraciones y eso, ya sabes, estamos reventados". Poco después, ya en el escaparate del gran recibimiento que cerca de cien aficionados les dispensaron, el propio Penti concluía su frase: "Estamos rotos, pero ¡esto es la leche!".

Y es que cerca de la medianoche, en el aeropuerto de Barajas, sonaba el encantamiento del sonido de la dulzaina castellana, los niños y los adolescentes sostenían las pancartas de ánimo con fotos enormes de los héroes de Múnich o su nombre escrito en cartulinas, y los hinchas se envolvían en las banderas autonómicas del atleta homenajeado. "¡Es la leche!", como suscribió David Canal, plata en el 400, ya afuera, en los pasillos, con la muñeca agotada de firmar y la felicidad impresa en la cara cansada: "Esta es la primera medalla de velocidad, tú dirás cómo me siento", confesaba mientras un niño le contemplaba con cara de incredulidad.

La familia de Luis Miguel Martín Berlanas desplegaba un enorme cartelón que hablaba de lesiones, sufrimiento, agonía y agradecimiento al atleta. La sostenía su hermana con sus primas y un vecino adolescente embutido en una camiseta negra con el símbolo de la anarquía atrapado en un círculo.

Pero, sin duda, los más animosos eran los familiares y vecinos de la palentina Marta Domínguez, incluso el alcalde de la localidad, el único con corbata y chaqueta, que esperaba a la medalla de oro en los 5000 metros. "Marta es de familia humilde y es muy simpática, y no ha cambiado nada", recordaba el presidente de la Asociación de vecinos de Palencia. Junto a él, los padres de Marta conversaban con los de Mayte Martínez. Se conocen desde hace años, desde que las dos atletas competían en categorías inferiores. "Creo que tenían la habitación hecha una leonera", comentaba la madre de Mayte a la de Marta, y las dos sonreían nerviosas mirando la puerta por la que poco después saldrían sus hijas. Los abuelos tampoco faltaron a la fiesta, uno portaba un panel con la foto de Marta Domínguez, y otro vecino guardaba en una carpeta forrada con fotos de grupos musicales todos los artículos dedicados a la palentina en los periódicos.

Yago Lamela, que como todos los atletas de fuera de Madrid o de ciudades cercanas pernoctó en la capital, se quejaba del cansancio, mientras su entrenador y uno de los grandes triunfadores, Rafa Blanquer, trataba de organizar a sus pupilos. Algún miembro de la federación, antes de que los atletas se dieran de bruces con el recibimiento, trataba de controlarlos: "Antes de salir, todos aquí". "¡Y una leche!", gritaron algunos desde una esquina, deseosos de salir a celebrarlo con sus familias.

Pero esa felicidad no la compartieron todos los atletas. Reyes Estévez, en Barcelona y en declaraciones a Ona Catalana, cargó contra la federación, con la cual ya ha tenido más de un desacuerdo. Estévez dijo que la federación no había reclamado lo suficiente el oro que perdió por dos milésimas de segundo, según los jueces, en la prueba de 1.500: "Me han hecho ver otra vez la clase de gente que son", afirmó el catalán con aspereza. Odriozola, el presidente de la federación, que salió con cara de pocos amigos del aeropuerto, se defendió arguyendo: "Hemos reclamado hasta donde era razonable".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 13 de agosto de 2002