Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
PERFIL

Una presencia silenciosa

El escultor Eduardo Chillida, uno de los artistas españoles más importantes del siglo XX, falleció ayer en su casa de San Sebastián a los 78 años. Su inimitable y poderosa obra, que a la vez era completamente inconfundible, se encuentra en los museos más reputados del mundo como testimonio de su investigación de las formas, de su búsqueda y su reflexión sobre el espacio y el vacío, el límite, la energía y la naturaleza. La familia del artista donostiarra mantendrá su legado en la casa museo Chillida-leku, en Hernani, inaugurada en septiembre de 2000 y que ha sido visitada desde entonces por más de 100.000 personas. Obras como El peine del viento recordarán para siempre su genio y su enorme humanidad.

Conocí a Pili y Eduardo Chillida en 1972. Habían visto una escultura mía en una exposición colectiva, vinieron a mi estudio, les divirtió por ser completamente opuesto a su trabajo. A partir de ahí, de alguna forma, siempre hemos estado en contacto. Él acababa de exponer en la galería Iolas-Velasco, en Madrid; hasta entonces sólo había expuesto en el extranjero. Fue la primera exposición individual en el Estado y resultó un bombazo. Me presentó a Luisa Mari M. de Velasco, y después, a lo largo de los años, a tantas otras personas que me han hecho la vida más fácil.

Años más tarde, su hijo Ignacio, junto con su mujer, Mónica, abrieron el taller de grabado Hatz, encima de su taller de escultura. Durante mucho tiempo allí he coincidido con él casi a diario. En su trabajo era una presencia silenciosa, dando vueltas a algo que podía parecer que ya está y no se acaba. Después de mucho trabajar al mover o cambiar una insignificancia, aquello pasaba de ser algo bien a tener electricidad. El proceso era sencillo. Una pieza le da la pista de la siguiente. Lo curioso es cómo dos formas tan parecidas pueden ser tan diferentes y producir sentimientos tan distintos. ¿Cómo un alfabeto conscientemente austero le permite expresar cualquier idea? Probablemente por la falta de artificio.

Su rigor le hace ir a lo esencial y funciona porque lo hace con naturalidad, aunque en lo cotidiano no toca el suelo, la cabeza le funciona en sus problemas. Siempre cuenta cómo un día fue a coger gasolina, y en ese momento se enteró de que nunca llevaba dinero. Dejó el reloj en prenda. La inteligencia y tenacidad del matrimonio Chillida han hecho posible Zabalaga para nuestro disfrute. Todo mi respeto a él y a todos los que le rodean.

Andrés Nagel es escultor.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 20 de agosto de 2002