Con pertinaz puntualidad, cada verano desciende la compañía Telefónica sobre la playa de Gandia. Animados de un decidido propósito de persuadir a los veraneantes jóvenes para que se hagan adictos al móvil, el equipo promotor de la operación va perfeccionando año tras año su ocupación de la arena hasta convertir en rehenes a los que tienen la mala suerte de vivir, comerciar o simplemente holgar en la zona acotada para su negocio.
Seis grandes camiones cargados de toda clase de equipos, música y regalos ocupan toda una manzana durante tres días. Nadie puede aparcar en la zona, incluso los que viven en los apartamentos afectados deben renunciar a sus garajes. La operación veraniega hace descender la edad de los usuarios, sobre todo usuarias, camino de una importante factura en sus vidas adultas. Los telefónicos no se detienen ante nada. Con su perfil de empresa privada próxima al poder lo mismo tiran de billetera para crear un imperio mediático adicto como nos dan un empujón playero sin contemplaciones. Y todo ello compatible con que el servicio telefónico habitual tenga notorias deficiencias. Muchos están esperando que haya verdadera competencia para hacerles un corte de manga.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 21 de agosto de 2002