Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra

Un instante de felicidad

Puskas, con esclerosis cerebral a sus 75 años, pareció casi siempre ausente en su homenaje

...Y, de pronto, tras un largo rato ausente pese a su presencia física en la mesa, Pancho Puskas, de 75 años, se levantó; tomó la mano de su enfermero, con su esposa siempre tras sus pasos, y ante la salva de aplausos que le homenajeaban se despidió como el bebé más feliz del mundo: abriendo y cerrando en un puño sus dedos, como si por un instante su mente hubiera recuperado la lucidez y, con ella, la memoria, el recuerdo, la estima. Fue un instante de felicidad, de emoción, de gratitud, de un valor incalculable. Y, como tal, justificó todos los reconocimientos merecidos a Cañoncito Pum con motivo del Hungría-España organizado en su honor.

Puskas, que ya fue el anfitrión de la cena del martes entre las federaciones, recibió en el almuerzo de ayer la medalla de oro al mérito deportivo que le ha concedido el Consejo Superior de Deportes. Aun cuando había reservas sobre su asistencia por su delicado estado de salud, el ex futbolista del Honved y del Madrid acudió a la cita, en la que no departió con nadie, salvo con su esposa y con un asistente que le cuida cada día en la clínica, al que recurría siempre que era menester, como cuando quiso tomar unos canapés y un vaso de agua. Se expresó siempre en húngaro y, entre sus ex compañeros, sólo Di Stéfano pareció entenderle. Le saludó, bajó la cabeza para procurar oír lo que decía, preguntó si había un intérprete y después le dejó a su aire.

Di Stéfano no aspiraba a que Puskas le reconociera como sí pretendía, por ejemplo, Marquitos, ansioso por encontrar un segundo de luz entre tanta imcomprensión. Tan vehemente y entrañable como siempre, pretendía ofrecerle todo el cariño que le profesa, pero todo quedaba en la ambigüedad. "Nos han dicho que nos recuerda a todos, pero lo dice en húngaro", comentó; "le miras, aguardas a que te diga algo y te das cuenta de que es imposible". Marquitos incluso procuró ponerle una insignia, pero el ojal de su solapa estaba cerrado.

La figura de Puskas invita a acercársele, a sorprenderse al ver cómo unos pies tan pequeños pudieron dar tanta dinamita, al advertir que su carrocería continúa tan firme y sobrada de kilos como siempre. Ocurre, sin embargo, que una esclerosis cerebral le imposibilita para la conversación fluida y continua. Le provoca una mirada tan perdida que da apuro contemplarle. Le hace un hombre vulnerable, sin punto de mira, pese a haber sido infalible.

A buen seguro que ayer, en cualquier caso, Puskas, paseado en coche por la pista de atletismo mientras en los vídeomarcadores se sucedían sus goles, agradeció a su manera tanto homenaje. Como muestra para quien quiera comprenderle queda su adiós, más propio de un bebé que de un jugador legendario.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 22 de agosto de 2002