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El goleador, una razón de orgullo para todo Brasil

La verdad es que desde la final de la Copa del Mundo de Francia 98, cuando en las horas previas sufrió unas convulsiones cuyas causas todavía son nebulosas, Ronaldo ha acaparado las dudas y las preocupaciones de los aficionados brasileños. Sus contusiones graves, su lenta y larga etapa de recuperaciones..., todo lo que ocurrió hizo que la inmensa admiración por el delantero se transformara en una especie de solidaridad piadosa, aunque cargada de incertidumbres. Era como si se dijera: "Qué lástima, tan genial y tan desafortunado, pero igual lo queremos tanto".

Eso hasta el Mundial de Corea y Japón. A partir de entonces, Ronaldo disipó las incógnitas y volvió a ocupar el puesto de ídolo nacional absoluto; de ésos que, cuando hablamos de fútbol, apenas son mencionados, ya que se les considera por encima de cualquier discusión trivial.

En la memoria de los brasileños sobrevive -junto a las jugadas impensables, los arranques imposibles, la conducción alegre e inusitada de la pelota- la emoción despertada por Ronaldo cuando reiteraba, solitario, el credo conmovedor de su plena recuperación. Durante aquella etapa, pocos se animaban a declarar una confianza palpable y convincente en su permanencia entre los definitivamente grandes. Era como si clamara en el desierto. Lo que había era una especie de cariño colectivo por un héroe cuya carrera parecía irremediablemente cortada por un destino cruel.

Y, sin embargo, buena prueba de la afección que los brasileños sienten por Ronaldo ha sido la casi ausencia de declaraciones indicando su fin. Es como si un silencio pudoroso flotase sobre una realidad que nadie se atrevía a admitir. No es que le faltara apoyo: es que ese apoyo era cargado más de piedad por el muchacho roto que de confianza.

El sueño posible

Bajo muchos aspectos, Ronaldo es la imagen del sueño posible en un país donde la totalidad de los jugadores de primera línea vienen de medios humildes. Su trayectoria, aunque contenga todos los ingredientes de los vencedores salidos de la pobreza, ganó vuelo propio porque Ronaldo, por encima de todo, logró conquistar la plena simpatía de la gente. Se le perdona todo, o casi. Es razón de orgullo.

Hoy, después de todo, es como si existiesen dos Ronaldos. Uno, el jugador. Otro, la persona. Al primero le quedan críticas: que ya no se mueve como antes, que hay otros para hacerle sombra, que nunca será lo que fue aunque lo que queda supere con largas lo que de mejor existe en el fútbol brasileño. Al segundo, no: es el niño pobre de suburbio que derrotó a la miseria sin dejarse conquistar por la prepotencia.

Claro es que esta simpatía es rentable y sus asesores saben aprovechar la brecha. Ronaldo es una figura disputadísima por los departamentos de márketing de toda clase de productos, en Brasil y en el mundo. Pero a nadie se le ocurre llamarle mercenario.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 23 de agosto de 2002