Acabo de llegar de mis vacaciones y me encuentro con un sarao monumental a la llegada al aeropuerto de Barcelona. Nadie se responsabiliza de nada, pero al final somos los pobres viajeros, cansados y enfadados, los que pagamos el pato, esperando más de dos horas las maletas y, en mi caso, perdiéndolas. No hay huelga declarada, sólo personas que piensan en que no les descuenten su sueldo y, en vez de quejarse con los medios que la democracia pone a nuestro alcance, se dedican a fastidiar al prójimo. Te quejas y te dicen: 'Quéjese a la compañía'. Me parece muy fácil e injusto eludir la responsabilidad personal y olvidarse tan ricamente de la profesionalidad. La negligencia que costaría la vida de personas en el caso de imponerla los médicos o los bomberos, aquí sólo cuesta un berrinche, ¿no?
Al final, malos humores, gritos, malestar que ¿a quién beneficia? El viaje ya está pagado y estamos cautivos de un aeropuerto, pues en Barcelona no podemos elegir. Veríamos si tuvieran que competir con otros en la misma ciudad, como ocurre en las pricipales capitales europeas. ¿Será al final una retorcida maniobra para dar más trabajo a los repartidores de maletas a domicilio? Recuerden que todos somos personas y cuídennos un poquito más. Quéjense, pero no fastidien por deporte. Las personas del otro lado de la cinta de maletas se lo agradecemos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 23 de agosto de 2002