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COLUMNA

Peces

La auténtica vacación es aquella que nos libera de nosotros mismos, porque el empleo que más trabajo da es el yo y la ocupación más estresante proviene de la tabarra del pensamiento. Veranear en sentido completo, salir verdaderamente de vacaciones, requiere salir de sí. Mientras se está con uno mismo, nadie se mueve de casa. Día tras día en este mes de estío, el descanso es proporcional a la capacidad para evadirse de la identidad habitual y dejar en el intervalo, como dicen abusivamente los ejecutivos, que se carguen las pilas. El pensamiento se habría desmontado de su lugar operacional y permanecería, bajo otra luz, rellenándose de energía. O bien: ¿cómo esperar que la vacación procure su efecto si el pensamiento no reposa? ¿Cómo esperar una reparación si el pensamiento no para?

Sólo los animales, y no todos, conocen la vacación. Un pez, por ejemplo. Un pez es la encarnación del pensamiento único, el no pensamiento. Su trayectoria, su morfología, su modo de mirar, denotan que obedece a una directiva fuera de sí, sin reflexiones ni átomos de nostalgia. El pez es tanto la insignia de la vacación como un hijo natural de su concepto. Vive en un medio donde los golpes se ablandan, se insonoriza el otro mundo y se aligera el peso. El agua en esas dimensiones es tanto la absolución como el olvido, y en su interior el pez es una porción condensada del mismo medio. Olvido puro. El pez no sufre, ni llora, ni siente placer, ni, salvo extrañas excepciones, grita. Acaso le pase algo, pero vive como si no le importara en absoluto. De hecho, dentro del mar, mientras buceamos y sentimos la transparencia en nuestro cerebro, podemos intuir cómo es el pensamiento cero del pez. Más todavía: sólo encontrándonos frente a un pez podemos llegar a experimentar el feliz vahído de perder el pensamiento. En ese segundo, cuando llega, la vacación es perfecta. Incólumes como el pez, silentes, ausentes. El pensamiento nos arraiga como una plomada y nos corrobora que estamos aquí. Su bulto es un certificado de nuestra presencia mientras la vacación es ante todo desaparecer, marcharse hasta alcanzar una zona ideal donde no existimos o sólo somos el anónimo destello de un pez.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 24 de agosto de 2002