La maldita encainada la llaman los pastores del entorno, porque oculta el sendero, al ganado y hasta los sentidos, cuando cae espesa sobre los canales y collados. Son las nieblas que ciernen su impenetrable blancura por las rendijas de la montaña asturiana, como una de las visiones más típicas de los grandes macizos de la cordillera Cantábrica. Lugareños y montañeros conocen bien los efectos de ese hermoso mar de nubes que ciega el paisaje, capaz de hacer perder el oriente al más experto de los serranos.
Si el viento se mueve, levantará la densa cortina de humedad y recompensará el esfuerzo de llegar a pie hasta la vega de Urriellu, con la más fabulosa de las imágenes pétreas de los Picos de Europa, el Naranjo de Bulnes. Quinientos treinta metros de roca vertical se levantan impertérritos en su cara oeste, con la arrogancia de quien se ha sabido inexpugnable durante siglos.
El refugio de J. D. Ubeda, a unos cien metros del Picu Urriellu, acoge con una buena cena a los excursionistas y escaladores; unos llegan allí para admirar el pico, y otros, con la intención de coronarlo
La inaccesibilidad del mítico Naranjo terminó un 5 de agosto de 1904, cuando Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, y su guía Gregorio Pérez, El Cainejo, emprendieron la aventura de coronar su cumbre. Muchas han sido las páginas que ha escrito la historia alrededor del Naranjo desde entonces, algunas de ellas marcadas por la tragedia, pero ninguna logrará nunca ensombrecer la memorable gesta de estos dos hombres de la montaña. Por aquel entonces, ingleses, franceses y alemanes alcanzaban ya muchos de los picos teóricamente inalcanzables de los Alpes, pero el Picu Urriellu, como lo nombran los asturianos, uno de los abismos calcáreos más bellos del mundo, todavía se encontraba virgen.
El teleférico de Fuente Dé
El acercamiento al simbólico Picu se puede realizar desde diferentes rutas, pero hay una que cuenta con la ventaja de atravesar de sur a norte todo el macizo de los Picos de Europa, con algunos de los parajes más bellos de su sector central.
El primer contacto con los Urrieles, antiguo nombre del macizo, se hace a través del turístico y aglomerado teleférico de Fuente Dé, en territorio cántabro. Tras guardar cola durante un buen rato, se consigue entrar en la cabina y en unos minutos aterrizar en el mirador de El Cable; una breve mirada desde el balcón será suficiente para, después de una afectuosa despedida de la multitud alucinada por la altura ganada, iniciar la prometedora ruta. Mientras se llanea hacia el norte un par de kilómetros hasta la llamada Vueltona, se tienen las primeras impresiones visuales de la magnitud calcárea de los Picos de Europa. La pista se hace vereda al tiempo que bordea el Hoyo Sin Tierra entre las pedreras y los verticales paredones de Peña Vieja, con la indiferencia de algunos rebecos o robezos, tan acostumbrados a los montañeros que ni se inmutan con su presencia. Al pie de la Torre de los Horcados Rojos aparecerá, si la niebla lo permite, uno de los paisajes más espectaculares de los Picos de Europa, con el Picu Urriellu a la derecha, Torre Cerredo a la izquierda, el mar de nubes sobre las faldas y el horizonte cantábrico al fondo.
Cena en el refugio
El descenso de los Horcados Rojos es la zona más delicada de la ruta, provista de cables y clavijas sujetas a la roca para bajar hasta el Jou de Los Boches sin problemas. Tras los picos de los Campanarios y el Jou Sin Tierra se abre la vega de Urriellu, presidida por la mole rocosa del Naranjo. La luz bermeja de los lentos atardeceres veraniegos pinta de tonos colorados la cara suroeste de la roca, motivo por el que el Picu adquirió el apodo de Naranjo de Bulnes. El acogedor refugio J. D. Ubeda, a unos cien metros del Picu, recibe con una buena cena a todos los excursionistas y escaladores que se acercan hasta él, con la intención de admirar la cumbre, los unos, y de coronarla por su famosa cara oeste, los otros. Tan sólo la contemplación de esta gran roca de quinientos metros de pared vertical merece el esfuerzo de haber llegado hasta aquí.
A la mañana siguiente, el descenso hacia Poncebos tiene dos alternativas: la primera discurre por la canal de Balcosín hasta la aldea de Bulnes y, aunque es mucho más directa, es un auténtico rompepiernas apto sólo para montañeros avezados; la segunda, mucho más cómoda, se dirige hacia Sotres por la Majada de la Tenerosa, teniendo que torcer hacia Bulnes a la altura de las cabañas de los pastores.
La vereda zigzaguea entre praderas con la vista puesta en los tejados de lo que fue la última aldea perdida de Picos de Europa, abierta ahora al turismo por un polémico tren de cremallera. El tramo final transcurre por la vieja vereda del canal del Tejo, que termina en el encuentro con el río Cares a un centenar de metros de Poncebos.
GUÍA PRÁCTICA
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 24 de agosto de 2002