La irrupción de Jordi Savall en el paisaje de la interpretación con instrumentos originales en el último cuarto de siglo ha constituido un hecho singular. Perteneciente a la generación intermedia de la corriente, entre los padres que capitanearon el último y hasta ahora definitivo asalto al repertorio renacentista y barroco -Gustav Leonhardt, Nicholas Harnoncourt- y los díscolos herederos actuales de esa tradición -Fabio Biondi, Alberto Florio, Rinaldo Alessandrini-, Savall ha construido una carrera independiente, sin atender demasiado a lo que hacían gente de su quinta como William Christie, John Eliot Gardiner o Jean-Claude Malgoire. No le ha ido nada mal.
MÁS INFORMACIÓN
Se ha apoyado en primer lugar en el repertorio. Se halla en posiciones de cabeza entre los músicos que más han buceado en el pasado. Su condición de español le ha facilitado mucho la tarea: los archivos del país rebosan de papeles que hace mucho que no hablan. Las cantigas de Alfonso X, obras de compositores como Tomás Luis de Victoria, Francisco Correa de Arauxo, Joan Cabanilles, Juan del Encina o Joan Cererols, el repertorio medieval profano y religioso (el Llibre Vermell de Montserrat, el Canto de la Sibila, ahora el Misteri d'Elx) le han proporcionado una argamasa de excelente factura para edificar la carrera. Pero no se ha detenido ahí. Su mirada ha saltado fronteras y le ha valido una muy alta consideración como intérprete europeo. El barroco francés y la poesía de Monteverdi, el clasicismo vienés y el repertorio judío o sefardita han sido terrenos favoritos de sus incursiones. Y la conclusión ha sido que esas fronteras no existen, la música de la cuenca mediterránea es una, hecha de milagrosos préstamos e influencias.
Pero todavía hay algo más sorprendente que convierte a Savall en espécimen sin réplica. El éxito popular que conoció en 1992 con la banda de la película Tous les matins du monde. Ningún colega suyo tiene en la vitrina un trofeo tan insólito como el de haber servido de desinfectante de la música máquina en los locales after hours, una suave invitación a la clientela a proceder al recogimiento.
Pero es que el mensaje de Savall ha calado hondo. Y ello ha sucedido porque el músico se ha servido de una viola de gamba para lanzarlo. Es éste un instrumento que habla de tú a tú al individuo, que no se impone por la fuerza, sino que atiende a razones y entra en diálogo con el alma.
Tantas singularidades en confluencia no podían sino producir una singularidad mayor que ha acabado por hacernos olvidar los excesos. Los hubo: esas apoyaturas tan forzadas de la primera época, esa negación tan severa del vibrato de las cuerdas de tripa y las vocales, ese recurso sistemático a la musicología como fuente de verdad revelada han cedido el paso a la expresividad y la comunicación: esto es, a la música. Nuestros maltrechos oídos necesitaban una reeducación, pero las purgas no son nunca deseables. Es mejor que los argumentos se impongan por la vía de la seducción. Savall ha sabido recorrer esa vía sabiamente y las consecuencias están en la multitud de seguidores que tiene en el mundo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 26 de agosto de 2002