Pregunta Leni Riefenstahl, muy angustiada: '¿De qué soy culpable? ¿De haber vivido esa época? ¿De haber estado allí?'. Pues muy fácil. Se la acusa de haber estado con los verdugos y no con las víctimas, de haberle hecho propaganda a un régimen totalitario que acabó con millones de seres humanos, de haber adorado a Hitler, uno de los mayores genocidas de la historia, y, lo que es peor, de no arrepentirse de nada, como si fuera una vergüenza admitir en público que se equivocó. Afirma, sin rubor, que 'el 90% de los alemanes siguieron entusiasmados a Hitler'. Como si eso la aliviara de su responsabilidad e hiciera sus opciones políticas más respetables.
He visto El triunfo de la voluntad y, lejos de maravillarme con sus prodigios técnicos y sus innovaciones estéticas, he sentido vergüenza y náuseas. Pudo haberse negado, pero no quiso, y, mientras unos entraban a una cámara de gas, ella vivió a lo grande a expensas de un régimen fascista. ¿Le parece poco?-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 31 de agosto de 2002