Les escribo después de haber leído su editorial del 29 de agosto titulado Seis mujeres más. Considero que la magnitud del problema merece muchos más editoriales. Los crímenes domésticos no son atajados por la sociedad y el Estado, y pasa el tiempo y se repiten dramática y periódicamente. La violencia doméstica, el maltrato y el asesinato de las mujeres en el ámbito doméstico es una enfermedad social gravísima que parece que nadie quiere o sabe exterminar. El terrorismo casero es el más espeluznante crimen actual y se deja correr el tema sin embarazo ninguno, excepto por unas pocas mujeres que luchan por ello. El Estado no protege a sus ciudadanas de los abusos de sus hombres y deja a los hijos huérfanos de padre y madre cuando el desenlace es el peor posible: la injusticia sangrienta de una mujer muerta por culpa de muchas omisiones y unos hijos que sabrán que su padre mató a su madre.
Y como amenazar de muerte es gratuito para los agresores, comienza el descenso hacia el asesinato. Pienso que las personas que conocen a esos agresores, las autoridades locales, la justicia, los asistentes sociales..., todos debemos poner los medios para frenar la barbarie que termina con la muerte de tantas mujeres que nunca vieron una salida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 2 de septiembre de 2002