En estos momentos de manipulación general de la opinión pública y de algo tan próximo a la histeria colectiva, reconforta que artículos como los de Javier Pérez Royo todavía puedan ser publicados en un periódico español. Agradezco a EL PAÍS tal generosidad. Ignoro cuánto tardará en ser acusado de tibio, de débil o más fácilmente de cómplice del terrorismo y sicario de ETA. Pero mientras eso llega, recomiendo seriamente su lectura a quienes (¿cuántos quedan?) hayan optado en este país por mantener la cabeza serena. A quienes, desde el rotundo desprecio a ETA y a su entorno, e incluso desde la voluntad de silenciar a su brazo político, sigan creyendo en el Estado de derecho. A quienes lucharon durante años por los derechos de la defensa. A quienes no crean que el fin justifica los medios: ni en Guantánamo ni en la Audiencia Nacional.
Comparto como ciudadano y como jurista la práctica totalidad de las críticas y los interrogantes de Pérez Royo a la persecución actual de Batasuna y a los más que irregulares cauces por los que se está desarrollando. Quizá estemos muy equivocados: hay pocos dogmas en el mundo del derecho. Pero si no es así, si es efectivamente cierto -y personalmente estoy convencido- que se está forzando todo el sistema constitucional y penal al servicio de una causa en principio legítima, lo pagaremos caro, muy caro. A algunos sólo nos queda ya esperar que quede algún magistrado en el Supremo, o en el Constitucional, con el suficiente valor e independencia para que, si comparte estos graves interrogantes, se atreva a votar en consecuencia y a escribirlos en papel timbrado. Aunque les duela a algunos, habrá prestado un gran servicio a la Constitución y a la protección de nuestras libertades.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 2 de septiembre de 2002