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Editorial:

Gaddafi siente el viento

El irreductible coronel Gaddafi ha sentido girar el viento y, a sus 60 años, pretende presentarse como un realista moderado que quiere abrirse a Occidente. En su discurso televisado con ocasión del 33º aniversario del golpe de Estado que le llevó al poder, ha venido a pedir perdón, para anunciar que Libia renuncia a su 'comportamiento revolucionario' y a su condición de 'Estado rebelde'. 'Tenemos que aceptar la legalidad internacional, pese a que esté falseada e impuesta por EE UU' -al que llama 'el dueño del mundo'-, pues 'de lo contrario, nos van a aplastar'.

Tan abierta manifestación indica que su cambio tiene más de necesidad que de convencimiento. Ahora bien, no baja la cabeza ante Washington y Occidente sólo para conservar el poder, sino que también busca la modernización de su país, para lo que necesita inversión extranjera con el objetivo de dejar de depender del monocultivo del petróleo. Tras la destitución y condena de Ajili Brini por malversación de fondos, Gaddafi ha puesto al frente de la economía libia a Shucri Garem, formado en Harvard, y este año, por vez primera, ha visitado el país una delegación del FMI.

Gaddafi se jacta de ser uno de los primeros en condenar públicamente los atentados del 11-S. Precisamente porque teme a los integristas islámicos es muy crítico con Osama Bin Laden y Al Qaeda, algunos de cuyos elementos supuestamente han sido detenidos en Libia. Ha hecho gala de un espíritu de colaboración en esta lucha antiterrorista para contrarrestar el hecho de que la Administración de Bush haya incluido a Libia en una segunda lista del eje del mal, de los países poco fiables, en posesión o con capacidad de fabricar armas de destrucción masiva. Y aunque se declara contra una invasión de Irak podría suministrar inteligencia a los ingleses, que visitaron Trípoli este verano.

Sin embargo, aún se niega a aceptar la responsabilidad del Estado libio en el atentado de 1988 contra el vuelo de la PanAm sobre la localidad escocesa de Lockerbie, aunque está dispuesto a otorgar a las familias de las 270 víctimas compensaciones que todavía se están negociando, y cuya entrega Trípoli quiere vincular al paulatino levantamiento de las sanciones impuestas por la ONU y por EE UU.

Gaddafi se distancia ahora del panarabismo para presentarse, ante todo, como un africano que media en guerras como las de Sudán y Congo, e impulsa el desarrollo de la recién creada Unión Africana, sucesora de la OUA. Pero aún le queda mucho para ganar credibilidad. Pues aunque haya anunciado la liberación de 65 presos políticos y Gaddafi haya afirmado que no quedan otros en la cárcel -salvo algunos 'herejes' relacionados con Al Qaeda y los tali-banes-, el régimen dista mucho de respetar los mínimos exigibles de libertades y pluralismo. El líder libio, que parece haber perdido poder en los últimos tiempos, prepara un movimiento dinástico para convertir a su hijo Seif el Islam en su sucesor. La nueva credibilidad internacional que busca no la conseguirá sólo con una política exterior más sensata, sino también abriendo la mano en el interior.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 4 de septiembre de 2002