Un hombre de verdad arrancó dos ovaciones casi unánimes, una en plena proyección y otra al final de ella, cuando el año pasado pasó por el festival de San Sebastián. Es una película muy original, libre y emotiva, que se mueve en la cuerda floja y corre continuamente el riesgo de caer en lo cursi y lo ridículo, pero que se sostiene y alcanza una notable capacidad de contagio. Y se ve gozosamente, pues su personaje central -que es una rara y preciosa metáfora del estado de inocencia metido en la mente y el corazón de un hombre perdido en la jungla del asfalto europeo de nuestros días- y sus insólitas peripecias divierten y crean solidaridad.
Es Un hombre de verdad una película de las llamadas del movimiento Dogma. Es el reclamo y la añagaza de un astuto cineasta danés, Lars von Trier, un excelente cineasta y no menos buen prestidigitador, que en 1995 se sacó de la manga un sistema infalible de hacer con cuatro monedas una película y conseguir abrirla en pantallas de todo el mundo. Y más y mejor, de dar bajo la etiqueta de Dogma un curso de cine antidogmático, libre donde los haya, distendido, vivaz, capaz de tocar todas las cuerdas y hacerlo con solvencia y notable capacidad para conectar con sensibilidades totalmente dispares.
UN HOMBRE DE VERDAD
Director: Âke Sandgren. Intérpretes: Nikolaj Lie Kaas, Peter Mygind, Dusan A. Olsen, Clara Nepper Winther, Line Kruse, Klaus Bondam, Charlotte Munksgaard. Género: Comedia, Dinamarca, 2002. Duración: 93 minutos.
Es Un hombre de verdad una obra pequeña con algunas secuencias grandes, hecha con libertad, que merece verse e intentar descubrir en ella que aún es posible en el cine europeo combinar gravedad con gracia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 6 de septiembre de 2002