Hay un día al año en que se licua la sangre de san Pantaleón, otro en el que se muestra la costilla incorrupta de santa Gemma Galgani, y otro en el que se muestra la Santa Faz: 'la cara de Dios', se dice en Madrid. Hoy es el aniversario en el que puede empezar la guerra. Le vendría bien a Bush que alguien atentara contra Nueva York, o lo que sea, quien sea: sus aviones y sus misiles partirían velozmente hacia Irak con los ingleses, que volverían derramando sangre, como dice brutalmente Blair: una querencia de aquel imperio que no sólo mató y colonizó cruelmente, sino que al irse dividió, fragmentó, enfrentó la tierra de los árabes para que estén siempre en guerra consigo mismos. En combinación con las compañías de petróleos y luego con Estados Unidos. Hoy, probablemente, no pasará nada, como no sea una provocación al estilo de las del golfo de Tonkin para arrasar Vietnam -¡y perder!- o la del hundimiento del Maine en la rada de La Habana: y perder con Fidel Castro, al que tampoco han dejado ganar, pobre Cuba. En todo caso, el asalto al desgraciado Irak -hablo de su pueblo hambriento, enfermo y oprimido- va a ocurrir.
La santa faz de Bush, su cara de Dios, no deja lugar a dudas. Está puesto para eso. Nadie cree a estas alturas que Bush sea el general Custer ni que Bin Laden sea Sitting Bull: son fantasmones al servicio de lo que sea, de lo que les ha puesto allí: solemos llamarle 'neocapitalismo', pero esta palabra es muy posterior al ejercicio de su fuerza y su economía. Como Blair; y no sé si como Aznar: dicen que hay en este momento 5.000 marines -palabra que se debe asimilar al español, después de tanta película y tanta realidad- en la base de Rota. Estuve hace un año en esas tierras gaditanas y se miraba al cielo con miedo cuando pasaban aviones. Tierra muy invadida: los romanos se llevaban a las bailarinas gaditanas porque decían que eran las mejores del mundo. Y los franceses, que dejaron para las chicas la palabra tirabuzón -'tirebouchon', sacacorchos-, y los fernandinos, y los fascistas de Queipo de Llano. La reticencia europea hasta hoy, que puede cambiar mañana, o esta tarde, no es por una especie de deseo de salvar a Irak, o a sus habitantes: es por no verse envuelta en un esfuerzo que no puede y por miedo a un final de alzamiento árabe.
No digo que no pudiera estallar una revolución como la de Rusia, 1917; contra sus propios tiranos, incluyendo emires y monarcas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 11 de septiembre de 2002