Ningún equipo está a salvo de un accidente en un torneo tan volcánico como la Copa. Pero en el caso del Barça la eliminación ante el Novelda es del todo imperdonable por repetida y, aunque parezca un contrasentido, por previsible, a tenor de cómo discurrió el partido. La derrota es un golpe terrible tanto para el equipo como para la institución, que no encuentra el punto de inflexión a una caída imparable desde que Gaspart es presidente.
Pese a su carácter incontrolable, la Copa parecía una competición al alcance del Barça, necesitado como está de un título. Los grandes no le prestan gran atención sino que la van llevando con el rabillo del ojo, a caballo entre objetivos mayores como la Liga y la Champions y, si por lo que sea, les descabalgan, pues no pasa nada. Ya se lo dijo Florentino Pérez a Gaspart cuando el Barcelona fue apeado por el Figueres: "No te preocupes, Joan, al fin y al cabo te sacas unos cuantos partidos de encima". Si el Madrid le dio protagonismo el año pasado fue porque la final se celebraba en su campo con motivo del Centenario, y ahí estuvo el mérito del Deportivo.
El Barcelona, sin embargo, aparece hoy como un equipo que compite en inferioridad de condiciones en los grandes torneos, ya sea por su falta de presupuesto o de profundidad de plantilla, de manera que la Copa se adivinaba como un trofeo más accesible, y de ahí el escarnio de lo sucedido en Novelda. Los futbolistas se borraron, echándose las culpas entre ellos, y el entrenador no supo corregir a tiempo un entuerto que en la víspera ya había advertido. El resultado pone en situación de jaque al técnico, a los jugadores y a la junta.
Débil como se siente la entidad, falta de autoestima como está, necesita del equipo más que nunca, y el equipo le ha fallado a las primeras de cambio, dejándola en el disparadero, lista para un nuevo escarnio, protagonista de otro sainete. Al Barcelona le han perdido el respeto en los despachos, pues ya no pinta nada en el mercado, y en el campo, víctima incluso de la picaresca, de los cazadores furtivos, de los cazarecompensas, dicho sea sin ánimo de faltar al Novelda, sabedor de que el de anoche era su partido. Y es que al Barça no solamente le falta autoridad para ventilar esas citas, sino que los rivales le sienten como un adversario ideal para darse el mejor fasto.
Ni siquiera un gol obtenido en la primera llegada a portería le sirvió anoche de salvoconducto. Incapaz de cerrar el partido, fue enredándose, dándole cuerda al contrario, que a la que empató supo que la eliminatoria era suya por la misma regla de tres que el Barça entendió que la tenía perdida. Así de previsibles son las cosas en el club barcelonista, que por lo demás a cada partido encuentra un culpable para salvar el sistema. La chanza de Novelda la pagará Enke, un portero fichado para agrandar aún más el despilfarro azulgrana, pues Reiziger y Frank de Boer llevan ya tanto tiempo en el Camp Nou que sus defectos ya no se corrigen sino que se dan por descontados. Titulares y suplentes estuvieron largo tiempo fuera del partido, faltos de carácter como son la mayoría, y el entrenador se quedó sin habla ni libreta de tanto como apunta para que nada cambie. No hubo manera de revertir el partido ni jugador que redimiera las disfunciones colectivas. Reprendido a cada ensayo, el equipo se vuelve dócil en el campo, juega más a no fallar que a acertar, y a la hora del recuento pesan más los errores.
El Barça es un libro abierto. No hay rival que no sepa como jugarle, y el Novelda también le encontró el truco. Más que de juego, su victoria fue un asunto de fe. Al Barcelona le han perdido el respeto y le niegan ya hasta el saludo. A juzgar por lo acontecido, de momento le sobra entrenador y le faltan jugadores, lo cual no quiere decir que Van Gaal no sea capaz de ganar un título, justamente para lo único que le hicieron regresar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 12 de septiembre de 2002