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CARTAS AL DIRECTOR

Recordar las vidas perdidas

Estos últimos días hemos vuelto a revivir el ataque al World Trade Center en Nueva York y hemos podido descubrir cómo todos somos conscientes de las repercusiones políticas y ecónomicas de este tipo de acciones.

No deja de sorprenderme, sin embargo, cómo parecemos haber obviado lo más obvio, las consecuencias que a nivel personal y sentimental ha tenido este hecho en nuestras vidas.

He vivido en Nueva York durante dos años por razones de trabajo y este último año he visitado la ciudad en tres ocasiones, la última este verano. Sólo entonces fui capaz de llegar hasta la Zona Cero. No es lo mismo verlo in situ y comparar lo que tus ojos tienen delante con las memorias que guardas en tu mente y en tu corazón.

Y cuando estás delante de ese inmenso vacío no piensas en la crisis de las compañías de aviación, ni en la política internacional, sólo eres capaz de pensar en la suerte que tienes de estar ahí en ese momento y en las casi 3.000 personas que estaban allí hace un año y que nunca podrán volver a estar.

Quizás nuestro recuerdo colectivo tendría que centrarse en las vidas perdidas al menos en un día como ayer; por desgracia, para todo lo demás habrá tiempo de sobra.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 12 de septiembre de 2002