Bastan los primeros minutos de Poniente para percibir que estamos dentro de una película que rebosa la emoción de la verdad. Si el viaje de la madre y su pequeña hija, que acuden al casi abstracto paisaje de los campos de invernaderos almerienses, llevadas por la muerte de su padre y abuelo, es cine vivo, esa vida se multiplica, y casi estalla, en la escena del cementerio, cuando ocurre una veloz y poderosa elipsis, la fotografía de otra niña en su tumba, cuyo rostro sugiere algo que no vemos, pero que vislumbramos interiormente y que, de dentro a fuera, haciendo al espectador autor, gravita sobre el serpenteo de la hermosa película.
Y basta media hora para percibir que estamos dentro de una película construida desde un guión de seda, tocado de claridad e inteligencia, que desprende conocimiento de la gente que convoca. Unos son campesinos y otros emigrantes en busca de salario. Gente llena de universo, que choca entre sí y cuya miseria, moral en unos y material en otros, jamás es tratada por Chus Gutiérrez con maniqueísmo. Y la razón de esto hay que buscarla en el acuerdo entre escritura y cámara; y en la delicadeza de otro acuerdo, el de unos intérpretes en estado de gracia y la cámara. Se sienten esos intérpretes amados por esa cámara y su idilio con ella inunda a la pantalla y la hace acogedora, solidaria.
PONIENTE
Dirección y guión: Chus Gutiérrez. Fotografía: Carles Gusi. Intérpretes: Cuca Escribano, José Coronado, Antonio Dechent, Mariola Fuentes, Antonio de la Torre, Farid Fatmi. Género: drama. España, 2002. Duración: 96 minutos.
De un cajón que se abre y del descubrimiento en él de unas cartas que nunca fueron abiertas brota otra elipsis, otra imagen sugeridora de algo que no se ve, pero que, al no verse, multiplica su existencia. Toda la aventura de Poniente, inicialmente intimista, de paredes adentro, y luego colectiva, de paredes afuera, discurre, sin caer en lo enfático, por debajo de las evidencias, en cauces abiertos por elegantes elipsis casi invisibles, que, sin quitarle radicalidad, dan suavidad a un asunto erizado de asperezas; y abren, sin estruendo dramático, los duros, a veces durísimos, choques entre personajes que conocemos, que han sido noticia en los periódicos, pero que ahora son mucho más que noticias.
Son gente existente cuya existencia es multiplicada por intérpretes magníficos que -como Antonio Dechent y Mariola Fuentes y el resto- no necesitan romper la media voz para gritar. Cuca Escribano es una novata dueña de maestría. Su dúo con José Coronado -que sigue disparado hacia lo más alto de su oficio- es hermoso. Y su intensa y casi ritualizada escena de amor, una de las más bellas que ha dado el cine español.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 13 de septiembre de 2002