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DOCUMENTO Íntegro

Los dones de la memoria

Si no vuelvo a tener el don precioso de tu peso,

si tu nuca no vuelve a quebrarse bajo el yugo

de una caricia mía, ni tus rodillas vuelven

a apresarme las sombras; si no vuelves

a torturarme con tus despaciosos

prodigios de la carne y el deseo,

mira,

ya no me importa:

puedo rehacerte todo, componerte,

rescatarte en las horas devoradas;

puedo vivir de lo que te he robado,

de la renta de amor que te dejaste

olvidada en mi lecho,

como una triste cáscara.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de septiembre de 2002