Nunca seríamos
como esos adultos -nos juramos-
que miraban ansiosos, turbiamente,
a través del cristal de las cafeterías
-como en cierto poema de Rimbaud-
la entrada de los jóvenes altivos
en la cueva dorada de la noche.
Y sin embargo
ahora estamos aquí, sin entender gran cosa,
ante un vaso de hielo y de ansiedad,
arañando con fiebre y con rencor
en el cristal del tiempo un espejismo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 18 de septiembre de 2002