Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
COLUMNA

Miedo

El miedo es una enfermedad social para la que no se quiere tener cura, porque en el alimento de las conductas miedosas medran los salvadores que, para serlo, no cejan en crear ambiente. La política del Gobierno, más que comprometido, comprometiéndonos, en el objetivo ciego del déficit cero, ha ido adelgazando los servicios públicos en general y los de orden público en particular, pero, aprovechando el miedo y la situación, nos ha anunciado un Plan de Seguridad que contempla medidas legales consideradas por algunos expertos penalistas, como 'regresivas' y que miran más al castigo y menos a la reinserción, principio constitucional este, por cierto, que con tanto miedo y tanta obsesión estamos empezando a dar por desaparecido.

Con el miedo y sus beneficios por bandera, algunos se han dedicado, apoyándose además en sucesos concretos ocurridos durante este verano en Sevilla, a hacer crecer en esta ciudad la idea de que es una de las más inseguras del mundo mundial y a la que, según proclaman, temen llegar los turistas. Viajar cura de la predisposición a creer estas cosas, pero como saben los autores del exceso que no todo el mundo viaja, siembran esas especies por si prenden y prenden, claro. Lo malo para ellos es que luego vienen los datos y acaban con las fantasías.

Según los datos de la Memoria de la Fiscalía General del Estado, Sevilla es junto con Jaén la ciudad en la que menos ha crecido la delincuencia en el último año en Andalucía, que es a su vez, una de las comunidades autónomas en las que menos han crecido los delitos. Podrá decepcionar a los catastrofistas, pero es lo que hay. Y hacen falta policías, pero no leyes represivas que nos pongan en trance de perder garantías constitucionales y nos lleven a convertir en papel mojado conquistas de la libertad y, sobre todo, hace falta pensar y exigir futuro en los barrios de todas las ciudades donde no sólo no existe el futuro, sino, a veces, ni siquiera el día siguiente. Frente al miedo y su consecuencia cada vez más peligrosamente aceptada de más seguridad a cambio de menos libertad. Todos perderemos cayendo conformes y sumisos por esa pendiente.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 19 de septiembre de 2002