El pulso entre el capitalismo y el comunismo fue, en gran medida, un asedio hipotecario, que sólo podía ser soportado por un Estado ligero, separado de los medios de producción, y con una economía de libre mercado. Y ése no era el caso de la URSS, que había metido en una misma caja la porra de la dictadura, el tractor, la Soyuz y la causa. Los Estados Unidos sólo tuvieron que ir subiendo la apuesta en la partida hasta que el adversario, víctima de su gestión viciada, se quedara limpio y se derrumbase. El liberalismo salía victorioso de la guerra fría y se le presentaban grandes oportunidades en la zona demolida por los acontecimientos, pero sin duda, la gran beneficiaria de la caída del muro de Berlín fue la religión, en sus variantes cristiana e islámica. Por una parte, el Karol Wojtila reconquistó a la mayoría de las almas en pena de la Europa que había permanecido sepultada bajo el telón de acero. Los muecines de la Meca hicieron lo propio en los territorios europeos y asiáticos islamizados. Liquidado el debate laico que resultó de contraponer el filósofo escocés Adam Smith al economista alemán Karl Marx, el espacio evacuado por esta fricción económica corría el riesgo de que volviese a ser ocupado por la religión, que es la que ha modulado siempre la relación entre oriente y occidente. Con el agravante de que, mientras tanto, ambos polos no se desarrollaban al mismo nivel. Mientras que el cristianismo se ha vuelto pragmático para ser compatible con la democracia o el autoritarismo, con el capitalismo o el comunismo, el islam, no solamente no concibe su existencia al margen del Estado, sino que, por usar la imagen de Francis Fukuyama, ha derrotado a la democracia en muchos países de su universo, 'amenazando gravemente la política liberal incluso en países donde no ha conseguido directamente el poder político'. Después del 11 de septiembre de 2001, para muchos occidentales (en cuyo ADN ya estaba totalmente separado el Estado de la Iglesia) liberalismo y cristianismo ya son un mismo asunto. En ese sentido apuntan las medidas de Berlusconi de imponer los crucifijos en los lugares públicos para marcar el territorio, y otros gestos por venir. Y sin embargo, algunos tipos de izquierdas han vuelto a sonreír en el aniversario.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 21 de septiembre de 2002