Mientras tambores y timbales rugen a ritmo frenético en la plaza de la Catedral, miles de personas esperan en estado hipnótico. El ruido ensordecedor de los redobles anuncia la llegada del innombrable: el mismísimo diablo. A su entrada a la plaza, en forma de cornudo, de cerdo o de dragón, el fuego, la pólvora, el humo y los petardos se extienden por toda la explanada. Los niños se tapan los oídos y muchos barceloneses bailan. Es, un año más, la señal de que ha llegado el Correfoc de la Mercè.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 22 de septiembre de 2002