Los aplausos que sonaron ayer en su honor en el Palazetto dello Sport de Roma serán los últimos que recibe Sergio Cofferati (Sesto i Uniti, Lombardía, 1948) como líder de la CGIL, el poderoso sindicato de la izquierda italiana. A partir del 1 de octubre, Cofferati, más conocido como el chino por los ojos un poco orientales, tendrá que volver a fichar cada mañana como uno más de los miles de empleados de la Pirelli, la fábrica que abandonó como perito industrial hace 26 años para entregarse en cuerpo y alma al sindicato. En el nuevo edificio de la Bicocca (en la periferia de Milán), no existe ya su antiguo puesto de medidor de los tiempos de producción, pero ocupará un despacho en la oficina de estudios sociales y ambientales internacionales, algo mucho más acorde con su estatus de personalidad pública. Aún así, el cambio será grande. Acostumbrado al clamor popular y a las salvas de aplausos allá donde se presenta, la vida civil puede resultar monótona y, sobre todo, mortalmente peligrosa para su futuro de líder de la izquierda.Cofferati no parece, sin embargo, especialmente preocupado. De momento, compaginará el trabajo en Milán, cinco días a la semana, con la presidencia de la Fundación De Vittorio, creada por el sindicato, y con sede en Roma. Con la fundación, una especie de laboratorio político, el ciudadano Cofferati espera mantener su nombre en circulación gracias a una actividad política de baja intensidad. A su lado tendrá economistas, politólogos, escritores e intelectuales de izquierdas que le acompañarán en la organización de seminarios y conferencias de contenido variado. Pero cuando hable no tendrá detrás el imponente ejército sindical de 5,4 millones de afiliados, capaz de poner firme a toda la izquierda italiana. Ni podrá contar con la atención de los periodistas, pasada la novedad de su traslado a la Pirelli. "El silencio de la prensa y de la televisión lo doy por descontado", reconoce Cofferati. El desafío de volver a ser un afiliado más, después de ocho años al frente de la CGIL (plazo improrrogable de acuerdo con los estatutos) era obligado. "Me parece erróneo pasar de una experiencia de representación social, a una de representación política", declaró a este periódico en vísperas de la huelga general del pasado 16 de abril.
Tampoco habría sido fácil hacerse un hueco ahora en la abigarrada cúpula de la izquierda italiana, donde además de Piero Fassino, líder del partido de los Demócratas de Izquierda (DS), al que pertenece Cofferati, pesa la voz del presidente Massimo D'Alema. Y el horizonte electoral (primavera de 2006) está lo bastante lejos como para tomarse la transición con calma.
De momento, su salida de la escena sindical representa un alivio para ese sector de la izquierda que cree que la victoria electoral sólo puede obtenerse virando hacia el centro. Ni Fassino ni D'Alema han apoyado nunca la línea dura del chino, y antes de despedirle de la CGIL se han permitido disentir de la convocatoria de una nueva general anunciada por el sindicato. También la derecha ha acogido con satisfacción el pase a la reserva de Cofferati, convertido en el enemigo público número uno del Gobierno de Silvio Berlusconi. Quien sabe si su sucesor será capaz de continuar sus batallas sindicales. Quien sabe si el tiempo terminará por borrar del mapa al chino. A partir de ahora y por una larga etapa, Cofferati, sentado en su despacho de la Pirelli, tendrá que conformarse con el recuerdo de los aplausos de su último día de líder.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 22 de septiembre de 2002