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COLUMNA

Crepúsculo

Los agentes encargados de hacer cumplir la ley antibotellón están trabajando mucho, incluso demasiado. Tan grande es su celo por la causa que, no contentos con acorralar a la mocedad que trasiega al aire libre, la emprenden últimamente en el aperitivo con ciudadanos intachables que charlan y toman cerveza a la puerta de la cantina. La autoridad está ejecutando una campaña desproporcionada de disuasión contra bares de cañas y tabernas de barrio que a mediodía y a la hora del crepúsculo permiten a la clientela beber en la calle. Acaso la operación tenga que ver con ese inquietante barrido que se propugna desde Moncloa.

También pudiera ser que el celo municipal obedezca simplemente a consignas electoralistas desatinadas, y que los agentes tengan que comerse el marrón de ir por ahí asustando a los ciudadanos para que las calles se queden muertas. Son muchas las libertades íntimas que nos están arrebatando en los últimos tiempos. En Madrid, y en toda España, la tertulia del aperitivo es uno de los pequeños placeres cotidianos que nos permiten las temperaturas y la idiosincrasia del pueblo. Y como tenemos un clima estupendo, de vez en cuando celebramos el rito a la puerta del establecimiento, para que nos dé el sol, o la sombra, o la brisa, o lo que fuere. En Madrid nos gusta estar al cabo de la calle. Acuérdese de Esquilache, señor alcalde, no le vaya a salir el tiro por la culata.

Sería magnífico que el celo municipal pusiera coto al clamoroso aumento de la delincuencia en Madrid, al cada vez más agobiante poder de mafias de variado pelaje, al tráfico de esclavas sexuales, al descontrol y el caos en todo lo referente a la inmigración. Y ya, si se ponen legalistas, los agentes debieran acosar a los perros sin bozal, a los niños con patinete (cuyo uso en la vía pública no está contemplado por la ley), a los blasfemos, a los que cantan y a la madre que parió a todos ellos, que seguro tiene algo reprobable.

Prohibir tomas cañas en la calle a horas cristianas es un despropósito crepuscular. Están nerviosos en la Casa de la Villa. Tómense ustedes un aperitivo a la hora del crepúsculo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 22 de septiembre de 2002