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VISTO / OÍDO

Socialdemócratas

Socialdemocracia fue un nombre grave que se fue frivolizando. Era el partido de Lenin, el bolchevique, o mayoritario, que dejó atrás a los no revolucionarios, minoritarios o mencheviques. Ahora gana en Alemania Schröder: la historia de Europa ha cambiado de signo pero conserva el vocabulario. Socialismo fue también palabra fuerte: eran los partidos de la II Internacional Obrera. Ya no hay socialistas sino socialdemócratas -así se definen los de este país-, y se refieren al socialismo parlamentario, y no revolucionario (como lo fue en Asturias, en las grandes huelgas, en la guerra y la clandestinidad frente a Franco, que los mató sin distinguir matices); ni siquiera económicos: sin relación con los medios de producción, con ninguna nacionalización de las empresas privadas. La insistencia en la palabra 'demócrata' se refiere a que el socialismo 'científico' o leninista, o marxista, fue una dictadura del proletariado, y ellos no quieren tal cosa. La palabra democracia ha sufrido metamorfosis.

Cristianodemócratas, socialdemócratas, democracias directas, democracias populares, islámicas o monárquicas, son derivaciones peligrosas. La democracia es el gobierno por el pueblo, que designa mediante elecciones a sus representantes: se ha ido ampliando la noción de pueblo -antes sólo eran electores los instruidos, los que pagaban impuestos, el sexo masculino- hasta ser universal; ser elegible era más difícil aún, de forma que incluso con libertad de votar sólo se podía hacerlo a las personas nombradas por los poderes. Al tiempo que se ha ido universalizando el derecho al sufragio y el de ser elegido, se han reducido las realidades, incluso matemáticas: el número de votos se manipula con reglas matemáticas injustas, las circunscripciones se reparten de forma equívoca, electores y elegibles sólo pueden representar partidos que carecen de democracia interna. Y, en fin, como acabamos de ver, un solo juez puede ilegalizar a un partido elegido por una parte del pueblo a la que representa: hay una ley de partidos que los sitúa al servicio del poder.

Me alegro de que haya ganado Schröder, me alegraría de que ganase Zapatero, lamento que la estupidez política de la izquierda francesa haya colaborado a que gane la derecha. No creo que sólo sean viejos reflejos de rojo perdido en el bosque. Pero la izquierda, lo que académica y correctamente se llama la izquierda, no son ellos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 24 de septiembre de 2002