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COLUMNA

La realidad

Hay un concepto que se está usando mucho últimamente y que me tiene bastante mosqueada. Me refiero a la realidad como justificación última de todo, en frases como 'seamos realistas' o 'hay que ser realistas'. Hace pocos días lo decía, por ejemplo, el catedrático Ian Craft, director de la Clínica de Fertilidad de Londres, refiriéndose a la polémica posibilidad de escoger el sexo de tu bebé por manipulación genética: 'Hay que ser realistas; mucha gente quiere un niño o una niña'. ¿Por qué será que cada vez que alguien suelta una de esas frases, por detrás siempre asoma la perspectiva de algún suculento negocio? Se diría que la realidad más realista es siempre aquella que proporciona pingües beneficios a unas pocas personas. O sea, a nadie se le ocurre decir, pongamos por caso: 'Hay que ser realistas, todos los inmigrantes sin papeles querrían que les legalizaran ahora mismo', como justificación suficiente para darles la residencia a todos en el acto.

Y además, ¿qué demonios quiere decir eso de ser realistas? La realidad está llena de cosas espantosas y no por ello vamos a conformarnos con que existan. La historia del ser humano es precisamente la historia de una lucha contra la realidad, esto es, contra los límites que esa realidad impone a unos ideales de felicidad y de mejora. Empezando por la ciencia y la tecnología y siguiendo por los logros sociales, todo lo que somos y hacemos es el resultado de un desafío de alguna manera visionario. Imagínense que nuestros antepasados se hubieran dicho, con ese mismo tono de justificación absoluta: 'Seamos realistas: la esclavitud es una institución en todos los pueblos de la Tierra'. Resulta un argumento tan estúpido que no sé cómo se atreven a utilizarlo.

Y, sin embargo, está muy de moda. Pero fíjense: quienes utilizan este tipo de frase son por lo general personas poderosas. Políticos, empresarios, catedráticos. A decir verdad resulta comprensible su interés, porque ellos están manipulando la realidad, ellos han creado su propia realidad y nos la quieren imponer como la única posible. Además de sacarnos el dinero (ya digo que por detrás de estas frases suele haber un negocio), quieren arrebatarnos nuestros ideales y nuestros sueños.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 24 de septiembre de 2002