Los toros salían como alelados y una vez picados seguían igual. Pero alguno engañaba, como el primero, que en un par de descuidos rasgó de arriba abajo las taleguillas de Dávila y su banderillero Espartaco Chico. La falta de casta era escandalosa; los toros iban y venían por el ruedo como si la cosa no fuera con ellos. ¿Dónde está la sangre de santacoloma?, se preguntaba la gente. Así las cosas, la tarde transcurría plana. Ni siquiera acabó de animarla el rejoneador Sergio Galán, que lució en banderillas ante otro animal parado de Cebada. Por su parte, Dávila Miura muleteaba terco y tosco, mientras la gente dormitaba. De pronto saltaba una voz que gritaba ¡gol! y los sufridos espectadores festejaban los goles que el Valencia marcaba en Moscú. Fue la verdadera alegría de una tarde que acabó con una faena esforzada y enroscada de César Jiménez al último. La de Ana Romero, desde luego, fue corrida de mucha desesperación, aunque el último, por los recursos técnicos de César Jiménez, pareció el menos malo de una horrible corrida. Ni Dávila ni Jiménez tuvieron opciones, aquél en sus dos toros y éste en su primero.
Romero / Galán, Miura, Jiménez
Cuatro toros de Ana Romero y uno, para rejones, de Cebada Gago. Sergio Galán: ovación. Dávila Miura: silencio tras dos avisos y silencio. César Jiménez: silencio y una oreja. Plaza de Algemesí. 25 de septiembre. 5ª de feria. Lleno.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 26 de septiembre de 2002