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CRÓNICA

El Madrid sabe aguantar el tipo

El equipo de Del Bosque tuvo que pelear duro con un jugador menos para contrarrestar el ataque frontal del Valladolid

Condenado a jugar todo un tiempo con un hombre menos y enfrentado a un enemigo muy bien cosido, el Madrid rescató un punto de Zorrilla sudando la gota gorda en un partido que le obligó a apretar los dientes más de lo habitual. La jornada devolvió al campeón de Europa a la dura realidad de la Liga española, en la que no hay lugar para las pachangas. El Madrid, que tanto se esfumó fuera del Bernabéu la pasada temporada, lo ha probado en sus propias carnes.

VALLADOLID 1| REAL MADRID 1

Valladolid: Bizzarri; Torres, Peña, Mario, Marcos; Chema, Richetti, Colsa, Olivera; Fernando Sales y Pachón (Ciric, m.89). Real Madrid: Casillas; Michel Salgado, Hierro, Pavón, Roberto Carlos; Makelele, Cambiasso, Figo (Miñambres, m.75), Zidane, Raúl y Guti (Solari, m.89). Goles: 0-1, M.45. Raúl tira una pared con Zidane, amaga que recibe hacia el centro del campo y se desmarca hacia el pico del área de Bizarri, para recibir un pase perfecto del francés y dibujar un globo sobre la salida del portero. 1-1, M.58. Penalti convertido por Olivera. Árbitro: Ramírez Domínguez. Sancionó a Pavón, Ricchetti, Colsa, Hierro. Expulsó a Salgado por doble amonestación. Estadio Nuevo Zorrilla. Lleno total de 26.500 espectadores.

De ahí que tuviera la lupa encima en su primera asignatura lejos de Chamartín -descontadas las tinieblas del Ruiz de Lopera-. En igualdad se vio apuradísimo ante el Valladolid, y en inferioridad también, pero supo darle voltaje a la noche.

A falta de jugadores desequilibrantes, Moré ha tejido un equipo más que apañado, un conjunto muy trabajado, sobre todo cuando le hurtan la pelota. Un hecho al que el Valladolid, como tantos otros de su escala, está condenado la mayor parte de los partidos. Y qué decir cuando el enemigo es el Real Madrid. Para aliviar penurias, Moré ha pulido un equipo extraordinariamente solidario, con las líneas muy pegadas, con todos y cada uno de los jugadores responsabilizándose de su zona y siempre con la disposición de escoltar al compañero. Prietas las filas, el Valladolid complicó mucho la vida al Madrid, angustiado por la falta de oxígeno, obligadas sus estrellas a discutir la pelota de espaldas a Bizarri, con una tropa de enemigos a su alrededor.

Enredado en ataque, incómodo y hastiado por el ansia del Valladolid, el Madrid tampoco podía sacudirse el polvo en defensa, donde en numerosas ocasiones se vio zurrado por su banda izquierda. Un carril agrietado por la desubicada posición de Zidane como interior izquierdo, las múltiples desatenciones de Roberto Carlos -ayer bien notorias- y el tembleque del liviano Pavón, relevo de Helguera. Sales, Pachón y Torres Gómez se cebaron por ese costado y el Madrid sudó tinta. No es que el Valladolid se mostrara como un equipo punzante, pero lo cierto es que pasada la media hora, Casillas ya había calentado de sobra, mientras Bizarri, el portero local, correteaba fuera de su área para mantener el tono muscular en la sorprendente noche primaveral de Valladolid.

Con todo en orden, una jugada favorable alteró por completo al conjunto de Moré. Lejos de sacar petróleo de la expulsión de Míchel Salgado, el Valladolid perdió el pulso. Quizá porque en su guión no figuraba un capítulo semejante. Una petición visitante de penalti sobre Guti derivó en cuestión de segundos en la inesperada expulsión de Salgado, al que el árbitro no perdonó una protesta y en un pis-pas le condenó para toda la noche tras una falta granítica. La jugada despistó de tal forma al Valladolid, que en la secuencia siguiente, por primera vez, al borde del descanso, Zidane tuvo el primer respiro de la noche. Cazó una pelota de frente a la portería de Bizarri, le dieron un par de segundos para pensar -un telediario, en el caso del francés- y su fantástico pase encontró a Raúl, listo como siempre en el desmarque. El goleador tiró de su famosa cuchara y congeló a Bizarri. En el momento más oportuno, el Madrid se sacó de la chistera un golpe de genialidad, lo que distingue a las jerarquías.

Pese a tener un lateral derecho en el banquillo (Miñambres), en principio Del Bosque prefirió desplazar a Makelele al pasillo de Míchel y ordenó a Guti, uno de sus pretorianos, que diera un paso atrás y cogiera el pico y la pala junto a Cambiasso, otra vez sobresaliente como ordenante, llegador y destructor. La decisión de poner el buzo a Guti hace no mucho hubiera sido tachada de disparate, pero el madrileño no sólo ha crecido como goleador. Hoy le hierve la sangre y nadie lo sabe mejor que su técnico y principal padrino.

Con esta pinta, el Madrid, en inferioridad, se puso a prueba en una noche retorcida, de las que exigen algo más que clase y galones. Ordenado y sacrificado, el equipo de Del Bosque se remangó lo que pudo hasta que el habilidoso Fernando Sales se la jugó a Hierro dentro del área. El penalti transformado por Olivera devolvió al Valladolid a su posición natural. El conjunto de Moré dio un paso atrás y expuso lo que mejor sabe hacer, buscar las cosquillas al rival a la contra, con velocidad y por la directa. Del Bosque se decantó entonces por Miñambres primero, y Solari después, para dar mayor pegamento al equipo y atrapar al menos un punto, salvo que Raúl, aislado en ataque, hiciera de nuevo de pillo. Del pulso hasta el final uno y otro salieron fortalecidos: el Valladolid cara a cara con un poderosísimo rival y el Madrid aprendiendo a sudar en la exigente Spanish League.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 29 de septiembre de 2002