El grande en cuestión no figuraba en los carteles con letras de molde. El grande aparecía con letras pequeñitas en el programa de mano y vestía un traje azul marino y plata. Pertenece a la cuadrilla de Rivera y se llama Joselito Gutiérrez. Un gran torero, sí señor. Un pedazo de torero vestido de plata.
Se disponía Joselito a banderillear al tercero de la tarde, un toro encastado y con muchos pies. Le ganó terreno en la carrera y, en el momento del embroque, lo prendió por la entrepierta, lo levantó en volandas y lo despidió contra el suelo, donde lo buscó con saña pero sin hacer sangre. Joselito se levantó blanco -no era para menos-, pero enrabietado y con el valor intacto. En lugar de arrugarse, se vino arriba; cogió otro par y esperó su turno. Asentó las zapatillas, citó con gallardía, se dejó llegar los pitones hasta la misma chaquetilla y colocó un magnífico par de banderillas de poder a poder que llevó el clamor a los tendidos. Sonó la música en honor de un torero de los pies a la cabeza que se jugó el tipo sin necesidad y que dictó una lección de arte y valor, de vergüenza, de amor propio, de auténtica figura.
Torrestrella / Finito, Caballero, Rivera
Toros de Torrestrella, bien presentados, de aceptable juego y que cumplieron en los caballos; nobles, a excepción de quinto y sexto, que desarrollaron sentido. Finito de Córdoba: casi entera (silencio); media tendida y baja (silencio). Manuel Caballero: pinchazo, estocada tendida y un descabello (ovación); pinchazo y casi entera tendida (silencio). Rivera Ordóñez: pinchazo, media y dos descabellos (ovación); casi entera (silencio). Plaza de la Maestranza. 29 de septiembre. Segunda y última corrida de la Feria de San Miguel. Tres cuartos de entrada.
Éste fue el momento más intenso de la tarde. ¿Por qué no hubo más? Que pregunten a las tres figuras modernas que aparecen en los carteles con letras de molde y que se arrugan ante la primera dificultad.
La corrida de Torrestrella no fue cómoda, y los toreros no están hechos para las dificultades. Así que, con las complicaciones de algunos toros y la falta de recursos y de ambición de los toreros, no quedó nada para el recuerdo.
Caballero hizo lo menos malo. Toreó sin apreturas al único que embistió como la tonta del bote; y no entusiasmó a nadie. Bien en algunos pasajes con la izquierda, un cambio de manos elegante y algún largo pase de pecho. Una actuación entonada, que es como decir que no dio el paso adelante que el toro requería. El otro se coló -¡huy!- y el torero se afligió -¡oh!-. Trasteo por la cara y adiós, muy buenas.
Eso fue lo que hizo Rivera toda la tarde. Su lote no fue fácil, pero él no puso a contribución ni una de las normas básicas de la tauromaquia. Muleta retrasada, fuera de cacho, cortando permanentemente el viaje, y muchas precauciones. Así es imposible.
¿Y Finito? Sin ganas ni recursos; descorazonado y sonámbulo. Por allí anduvo, como de vuelta de todo, y toreó sin estilo ni hondura a su primero, que era un buey de carreta. El otro necesitaba un torero más dispuesto. Vamos, necesitaba un torero, y no a Finito.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 30 de septiembre de 2002