La oigo en múltiples programas de radio, la veo cantidad de veces en la televisión pública, leo sus contundentes afirmaciones en defensa de su ley, la ley del Partido Popular. Y no puedo silenciar por más tiempo que estoy perpleja y preocupada. No sólo por el contenido que defiende, aberrante desde el rigor científico de la pedagogía, desde las valiosas experiencias educativas que existen en nuestro país y desde los esfuerzos silenciosos e ignorados de muchos profesionales comprometidos seriamente con la educación.
Me molesta su tono, su seguridad, su prepotencia, sus afirmaciones; la gran capacidad que tiene para rechazar, imponer, tergiversar y desfigurar la realidad. Para quien no tenga criterio de lo que supone educar, o desconozca el sistema educativo, puede llegar a pensar que su ley es la panacea perfecta que solucionará todos los males de nuestra sociedad. Y esto es un grave error; la realidad y la historia le exigirán responsabilidades por esta manera de hacer, por esta manera de encubrir y deformar.
¡Dude, señora ministra, por favor! Haga el esfuerzo necesario, usted que lo exige tantas veces a los alumnos, de dudar. Porque dudar es pensar, es interiorizar, buscar, es revisar... cuestionarse las cosas, acoger lo bueno que tienen los demás; es, en una palabra, ponerse en actitud de reflexionar para mejorar.
Y si en educación especialmente hay una cosa clara y segura es que no existe una verdad única, absoluta; no hay reglas matemáticas, fiables, para educar; intentamos, nos aproximamos, buscamos, rectificamos... De la filosofía, a lo largo de la historia, hemos aprendido a cuestionarnos las cosas, y, si usted también lo hace, la infancia y la juventud de nuestro país mejorarán. Por favor, señora ministra, no esté tan segura. ¡Dude!
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 2 de octubre de 2002