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UN NOBEL PARA LA LITERATURA HÚNGARA

Literatura como destino

Hace tan sólo unos meses, durante una de sus últimas visitas a España, Imre Kertész confesaba seguir reflexionando con asombro acerca de los cambios que había provocado en su vida el hecho de haber llegado a ser un escritor internacionalmente reconocido. La conversación tenía lugar en San Sebastián, un día gris del pasado verano, y Kertész se refería entonces a la repentina consagración que le supuso la traducción alemana de su novela Sin destino. Durante años, esta indiscutible obra maestra había pasado inadvertida en su propio país, y fue el fulgurante éxito en el resto de Europa el que animó a sus compatriotas a interesarse por ella. En este sentido, la concesión del Premio Nobel no ha hecho más que corroborar el aprecio del creciente número de sus lectores, atraídos sobre todo por su capacidad para transformar la experiencia personal del holocausto en materia artística y narrativa.

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Porque, sin duda, una de las características más destacadas de la obra de Imre Kertész es precisamente ésa: la de colocarse bajo el signo de la literatura y de la reflexión, y no bajo la del desnudo testimonio de una existencia marcada por los campos de exterminio. Según reconoce el propio Kertész, su opción frente a la memoria del horror nazi, vivido cuando apenas contaba quince años, fue la de hacer literatura, la de someterla a un tratamiento artístico, convirtiéndola en ficción. De ahí que, a diferencia de otros supervivientes, Kertész haya asegurado en alguna ocasión que su sentimiento hacia la obra terminada no sea la de haberse liberado del pasado, sino la de haberlo empobrecido.

Variedad de recursos

De algún modo, no se haría justicia a la obra de Kertész si se pensara que, con este premio, la Academia Sueca ha querido distinguir tan sólo la obra de una víctima del holocausto. Antes por el contrario, el Nobel de este año ha recaído sobre un escritor excepcional, dueño de una sorprendente variedad de recursos narrativos sutiles y originales.

El hecho de que, además, los utilice para dar forma literaria a una vivencia extrema como es la de la persecución antisemita más monstruosa de la historia, la del sufrimiento infligido gratuitamente a una minoría, le confiere una decisiva dimensión adicional, precisamente la que convierte un libro de mérito en una obra de arte única e irrepetible: la de erigirse al mismo tiempo en balance de una época y en alegato contra la intolerancia de valor universal.

Gracias al empleo de esos recursos narrativos, Kertész consigue en Sin destino, su novela más elogiada y representativa, hacer partícipe al lector de cómo puede fraguarse una tragedia ante los ojos de todos, incluidas las víctimas, sin que la razón alerte de lo que se avecina en el horizonte.

Rasgos autobiográficos

Kertész da por descontado que, desde la primera página, nadie puede ignorar que el final del protagonista, György Köves, es el de los campos, por más que su tendencia sea la de contemplar los aspectos positivos, incluso cómicos, de cada situación. Por otra parte, Köves relata su experiencia en primera persona, y no porque Kertész quiera poner de manifiesto los abundantes rasgos autobiográficos del texto, sino porque de esta manera consigue transmitir desde el principio la noticia decisiva de que el personaje sobrevivirá a la experiencia. Desde estos planteamientos narrativos, Kertész logra centrar el desarrollo argumental en el progresivo descubrimiento de una realidad traumática, en el que las categorías de la vida cotidiana van siendo poco a poco desmentidas hasta llegar un instante fatídico en el que la barbarie se ha apoderado de la existencia.

No cabe duda de que, tras recibir el Premio Nobel, y tal y como confesaba en San Sebastián un día gris del pasado verano, Imre Kertész va a tener que seguir reflexionando con asombro sobre los cambios que ha provocado en su vida el hecho de haber llegado a ser un escritor internacionalmente reconocido. Pero es que la lectura de cualquiera de sus obras -ya sea Kaddish por el hijo no nacido o Un instante de silencio ante el paredón, entre otras- demuestra que el destino de Kertész no podía ser otro que el de ser considerado como uno de los grandes escritores de nuestro tiempo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 11 de octubre de 2002