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CRÓNICA

Baraja no hace concesiones

El jugador del Valencia protagoniza lo mejor de la victoria en el mal partido ante Irlanda del Norte

Baraja se elevó varios cuerpos sobre un partido bastante insustancial que España ganó con facilidad. Y con poco juego. No lo necesitó para imponerse a Irlanda del Norte, un paria del fútbol europeo que sólo remató en una ocasión contra Casillas. El único valor del encuentro será contable, porque las cuestiones futbolísticas permanecerán aparcadas hasta que aparezca un rival decente. Lo que no se discute es el papel creciente que cumple Baraja, jugador que tiene la virtud de protagonizar los buenos y los malos partidos, como si no entendiera de concesiones.

ESPAÑA 3 | IRLANDA DEL NORTE 0

España: Casillas; Salgado, Puyol, Helguera, Bravo; Xavi, Baraja; Joaquín (Mendieta, m. 79), Guti (Capi, m. 84), Vicente; y Raúl (Morientes, m. 61).

Irlanda del Norte: Taylor; McCartney, Murdock, Hughes, Taggart (Mc Cann, m. 71); Lomas, Johnson, Horlock (M.Hughes, m. 64), Gillespie; Mulryne y McVeigh (Healy, m. 64).

Goles: 1-0, M.18. Gran pase en diagonal de Xavi sobre la defensa irlandesa que cabecea Baraja ganándole a Murdock en el salto.

2-0, M. 59. Centro atrás de Vicente que cabecea Guti.

3-0, M.89. Baraja remata un rechace, tras un disparo de Morientes.

Árbitro: Lubos Michel (Eslovenia). Amonestó a Helguera y Gillespie.

17.000 espectadores, lleno en el campo Carlos Belmonte de Albacete.

Sobre el trazo del partido nunca hubo dudas. Irlanda del Norte aceptó sin rechistar el papel de perdedor y España hizo lo justo para ganar, pero ni un centímetro más. Un equipo más inflamado se habría llevado por delante a este rival de tercera fila, sin ninguna característica interesante. Ni tan siquiera dispone de un jugador atractivo, cosa que ha sido bastante común en una selección que un día contó con Danny Blanchflower, George Best o Sammy McIlroy, actual entrenador de Irlanda del Norte. McIlroy era un centrocampista de alguna clase que hizo carrera en el Manchester United de los años setenta. Le debe resultar deprimente dirigir a un equipo donde todos son infinitamente peores de lo que era él. Tampoco es un equipo de carácter, porque el talante pandillero de Gillespie no sirve como ejemplo. Gillespie se enredó con Helguera y Puyol en un conflicto tabernario que dio algo de color al partido, pero nada más. El resto del equipo se limitó a ordenarse según el viejo 4-4-2 y a esperar la menor derrota posible. En este sentido, debieron salir satisfechos, tanto por el resultado como por la reacción de sus hinchas, bien regados por el alcohol.

La selección no ofreció datos nuevos. Es un equipo muy joven que trata de buscar su identidad, lo que probablemente le llevará algún tiempo. No puede ser de otra manera porque el peso generacional de gente como Hierro, Guardiola o Luis Enrique ha sido enorme. Ahora le toca establecer el patrón a gente como Casillas, Xavi, Joaquín y Vicente, jugadores muy jóvenes, más que estimables en algún caso, con la asignatura internacional como próximo desafío. Porque de Raúl y Baraja no hay dudas por edad y rendimiento. Por lo que parece, el equipo no está hecho. Le falta presencia, o convicción. También le falta enfrentarse a rivales de prestigio, los que permiten observar el nivel de un equipo. Desgraciadamente el panorama no es alentador: el grupo de clasificación no ofrece nada interesante y los próximos amistosos no invitan al entusiasmo.

A estas alturas del fútbol, la perspectiva de enfrentarse a Irlanda del Norte parece poco excitante, un trámite necesario de cumplir, pero casi molesto en medio de las altas exigencias de la Liga y la Copa de Europa. Así salió el encuentro, pesadísimo desde el comienzo. En encuentros de este pelo, España depende mucho del juego de sus extremos, puesto que la pelota va a estar siempre en el campo rival y es necesario generar situaciones de mano a mano con los laterales. Para eso la circulación tiene que ser rápida y ágil, cosa que no sucedió en Albacete, donde el juego fue muy acorchado.

No se pusieron, en fin, las mejores condiciones para Vicente y Joaquín, pero tampoco los dos extremos se dieron una alegría. Vicente apuntó cosas, pero Joaquín se ofuscó frente a McCartney, que le taponó bien durante toda la noche. Sin demasiada actividad por los costados, España quedó pendiente de la infinita superioridad de sus jugadores y del excelente momento de Baraja, gran protagonista del partido. Baraja comprendió muy pronto que su posición en el centro del campo valía menos para ayudar a Xavi que para llegar al gol. Y a esto se dedicó con su eficacia habitual. Marcó el primer tanto como delantero centro, con un cabezazo animado por la torpeza del defensa central. El tercero lo anotó tras un rechace, otra de sus habilidades de toda la vida. En caso de que la pelota quede suelta al borde del área, pocos jugadores ofrecen más garantías para aparecer que Baraja.

Mientras el centrocampista del Valencia se dedicaba a lo suyo, el resto estaba menos afinado. Los laterales actuaron con más timidez de la habitual, quizá recibiendo consignas, que en este caso no eran necesarias porque Puyol y Helguera se bastaban para bloquear al náufrago Gillespie. En el medio campo, Xavi jugó con la corrección habitual y con el punto mecánico que le caracteriza. Y Raúl evitó cualquier esfuerzo. Apuró dos o tres remates para cazar el gol, pero no fue más lejos. Guti, sí. Marcó el segundo y se animó el hombre, que había pasado medio desapercibido en el primer tiempo. Pero con la euforia fue otro jugador, más picante, más seguro, mejor en definitiva, aunque ese puesto será de Raúl o de Valerón. De nadie más.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 13 de octubre de 2002