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Crónica:Maratón de Chicago | ATLETISMO

La inglesa imparable

Paula Radcliffe, en su segunda carrera, destroza el récord del mundo con una marca minuto y medio mejor que la anterior

Hubo un tiempo en el que Paula Radcliffe se ganaba la admiración de la gente y una fama de incurable perdedora. Era la alta chica inglesa que corría descoyuntada, cabeceando de forma dramática, como si cada una de sus zancadas fuera la última de su vida. La más generosa de las atletas, a la que inevitablemente parasitaban sus rivales. Se aprovechaban de ella, de su ritmo extremo, para superarla en los últimos metros, en los que Radcliffe no podía exigir más a su diesel. Hubo un tiempo, en fin, de derrotas constantes. Ya no. Radclif-fe cerró ayer su magistral año con la victoria en el maratón de Chicago, donde destrozó el récord mundial con 2h 17m 18s, casi un minuto y medio menos que el anterior (2h 18m 47s), establecido por la keniana Ndereba en 2001 en el mismo escenario.

Es imposible discutir a Radclif-fe la condición de mejor atleta del año. Ganó el maratón de Londres, maravilló en los Campeonatos de Europa, en los que arrasó en los 10.000 metros bajo una torrentera de agua, y ha cumplido en Chicago con las predicciones de los expertos, que daban por seguro el récord. Aunque el viento dificultó la carrera en los últimos kilómetros, parece que la inglesa es más fuerte que los elementos. Poco importa que fuera su segundo maratón, porque parece la distancia más natural para una fondista que ha tenido que capitular demasiadas veces en la pista. O rompía las carreras en trizas o alguien era más rápida en los últimos metros. Y casi siempre había una más rápida. En el maratón, sin embargo, el margen de maniobra para el desgaste de los rivales es mucho mayor, sobre todo a los incendiarios ritmos de Radcliffe, que convierte cada carrera en una especie de escenario nuclear.

Pero no sólo la distancia le sienta bien. Coincide también que Rad-cliffe se siente invulnerable: no corre de esa forma brutal para defenderse, lo hace para ganar. No pide perdón por su falta de velocidad natural en los últimos metros. Son las demás quienes la temen porque cada metro supone un estacazo. No hay manera de seguirla. Lo apuntó en Londres, en primavera, donde se quedó a nueve segundos del récord a pesar de su precariedad física. Acababa de salir de una lesión, pero ganó por aplastamiento. Y qué decir de su victoria en Múnich, bajo una tormenta de agua y viento, una noche que invitaba a una carrera económica. Ganar y poco más. Pero se reservó una noche memorable. Casi sacó una vuelta de ventaja a la segunda, la irlandesa Sonia O'Sullivan, y logró la segunda mejor marca de la historia. Desde ese día no volvió a correr. Se trasladó a los Pirineos franceses, a Font Romeu, su lugar habitual de entrenamiento, y preparó minuciosamente la carrera de Chicago. Le esperaba el récord.

Resulta curioso que Radcliffe se haya encontrado con una vertiente inesperada en la victoria. Cuando hacía del cuarto puesto un oficio, era una de las atletas más respetadas, el paradigma de la limpieza en un deporte paranoico con el dopaje. Daba la impresión de que el hecho de perder acreditaba su pureza. Esa imagen alcanzó su máxima difusión en los Mundiales de Edmonton 2001, donde enarboló una pancarta de protesta por la presencia de la rusa Olga Yegorova en los 5.000 metros. Yegorova había dado positivo por EPO en una reunión previa, pero algo había fallado en el procedimiento burocrático de control y recibió el permiso para participar. "Fuera las tramposas del EPO", se leía en la pancarta que sostenían Radcliffe y su compatriota Hayley Tullet. Fue una acción que causó perplejidad y controversia incluso en las filas británicas. Nunca una atleta había sido tan explícita en la denuncia del dopaje y nunca esa atleta iba a quedar tan marcada, tan expuesta al microscopio de sus rivales y de la prensa. "Nunca vas a poder sentirte segura. Tendrás que mirar toda la vida por detrás de tu hombro", le dijo David Moorcroft, presidente de su federación.

Moorcroft se refería al grado de escrutinio que le esperaba y a la posibilidad de algún tipo de complot en un mundillo donde los intereses económicos alrededor del dopaje son escandalosos. Por eso ahora que gana de forma apabullante ha comenzado a descubrir el peso de la sospecha. Tras su victoria en Múnich, el diario francés L'Equipe lanzó insinuaciones graves,parecidas a las que publicó sobre Martín Fiz y Abel Antón, que provocaron la reacción indignada de Radcliffe y su entorno, integrado por su marido, Gary Lough, antiguo especialista del 1.500, y su fisioterapeuta, el milagroso Gary Hartman, un irlandés que se ocupa en Limerick de los músculos, los tendones y los huesos de la mayoría de las grandes estrellas.

La respuesta de Radcliffe fue categórica: exigió a su federación que hiciera públicos sus últimos diez controles, todos negativos, además de informar de las pruebas de sangre analizadas tras sus victorias en el Campeonato del Mundo de Media Maratón (otoño de 2001) y el maratón de Londres (primavera de 2002). En ambos casos los resultados fueron impecables. Por si acaso, ha manifestado su intención de congelar restos de su sangre y orina tras la carrera de Chicago para que se analicen cuando los medios de control sean más sofisticados. En todo caso, Radclif-fe siente la presión que jamás habría imaginado cuando era una pertinaz perdedora.

Pero ella no decaerá. Si algo le caracteriza es la tenacidad. Hija de un alto empleado de la industria cervecera de Bedford y de una maestra, comenzó a correr largas distancias desde niña acompañando a su padre, un habitual de las maratones populares. Pronto mereció la comparación con el gran David Bedford, el fenomenal fondista inglés de los años 70 que nunca pudo ganar una medalla en las grandes competiciones. Como él, estaba atacada por el virus de la lentitud cuando se deciden las pruebas en los Mundiales o los Juegos Olímpicos. O sea, en la última vuelta. Toda su trayectoria ha sido una colección de cuartos puestos, graciosamente aceptados por esta mujer inteligente y culta, dueña de una graduación cum laude en Estudios Europeos por la Universidad de Loughborough y excelente conocedora del francés y el alemán.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 14 de octubre de 2002