Ayer fui a una conocida tienda de ropa a comprar unos pantalones de pana para mi hija de cuatro años. Una dependienta me orientó hacia donde me tenía que dirigir para conseguir la talla adecuada de unos pantalones 'de niña'. Cogí varios modelos y al probárselos comprobé que eran bajos de talle, cortos de tiro, estrechos en la cintura y en los muslos, y anchos en la pernera. Con algunos tuve serias dificultades para subir la cremallera y mi hija tiene un peso equilibrado, no es gorda ni tampoco flaca. Eso sí, tenían unos diseños de flores que encantaron a la niña y quería llevárselos a toda costa. Le hice que se sentara en el suelo y cruzara las piernas, como hace cada día en el colegio cuando se sienta en la alfombra, y los pantalones la oprimían. Me dirigí al estante de pantalones de pana 'para chicos', a pesar de que otra dependienta me indicó que estaba mirando en los de 'niños' creyéndome errada. Éstos tenían las perneras rectas, la cintura alta, eran de diseño ancho y cómodo, y con muchos bolsillos. Con ellos la niña se podía mover con libertad.
Me marché triste de allí pensando que desde qué pronto (vi modelos de la talla 2) a nuestras niñas se las enseña a relacionar belleza con incomodidad y sufrimiento, que desde la más tierna infancia se las empieza a enseñar a ponerse el corsé que ahora no llevamos en la cintura, sino en el cerebro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 17 de octubre de 2002