La política de becas del Ministerio de Educación constituye un buen ejemplo de lo que el Gobierno del PP entiende 'por ayudar a los más desfavorecidos' y por dar a todos 'una igualdad de oportunidades'. En el ámbito de los estudios posobligatorios, uno de los mecanismos clave para el logro de los objetivos señalados han sido las ayudas compensatorias, dirigidas a jóvenes de familias con muy escasos recursos económicos. Pues bien, basta una mera comparación del artículo 4 de la orden ministerial de convocatorias de becas y ayudas a estos estudios del año pasado (BOE de 29-6-2001) con el artículo 4 de la orden de este año (BOE de 15-7-2002) para constatar que el ministerio de Pilar del Castillo ha decidido colaborar al logro del déficit cero ahorrando el dinero a costa de aquellos que más lo necesitan.
En efecto, mientras que el año pasado sólo la edad del solicitante y las rentas de su familia -bajísimas, por cierto- se erigían en requisitos para la concesión de la ayuda compensatoria, este año ha aparecido un tercer requisito que está restringiendo enormemente las posibilidades de optar a tales ayudas: la pertenencia a algunos de los sectores enumerados por la orden (familias cuyo sustentador esté en situación de desempleo, aquellas en las que alguno de sus miembros esté afectado de minusvalía, orfandad absoluta del solicitante...). Se trata de un conjunto de circunstancias que antes otorgaban preferencia para obtener la ayuda compensatoria, pero que ahora son indispensables para acceder a la ayuda. En definitiva, se ha transformado un mérito en un requisito. Lo anterior ya resulta suficientemente grave por sí mismo. Sin embargo, enmarcado en el contexto actual de reducción de los efectivos que alcanzan la edad de acceder a la Universidad, alcanza una dimensión todavía más preocupante: mientras que se reduce el número de estudiantes universitarios, las reformas dificultan aún más el acceso. En este contexto, el becario no debería ser considerado como alguien a quien se le hace un favor: formándose, nos está haciendo un favor a todos. El riesgo de su extinción nos afecta también, por tanto, a todos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 21 de octubre de 2002