27 de septiembre de 2002. Aproximadamente, las cuatro de la tarde. Poco antes de Bailén, en la autovía Sevilla-Madrid. Velocidad del coche, aproximadamente 120 kilómetros/hora. Reventón de la rueda delantera derecha. Oigo la voz de mi mujer: '¡Paco, Paco, ¿qué pasa, que no puedo controlar el coche?! Escucho unos golpes tremendos, miro la carretera y todo da vueltas. Protejo con mi brazo a mi mujer y exclamo: '¡Dios mío, ayúdanos!'. El coche va golpeando los quitamiedos a uno y otro lado de la carretera y, por fin, después de echar mi mujer el freno de mano, el coche se detiene, mirando hacia su querida Sevilla. Ante el peligro de incendio, salimos rápidos del coche por mi puerta, pues la de mi mujer está bloqueada. Ya fuera de peligro, nos abrazamos llorando, dando gracias a Dios: Un solo rasguño en un pie de mi mujer. Todo lo demás, intacto. Yo, ni un arañazo. El coche, por fuera, quedó para la chatarra. Agradecemos de corazón a las personas que se pararon a auxiliarnos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 22 de octubre de 2002