El poeta Francisco Pino falleció ayer en su ciudad natal, Valladolid, a los 92 años de edad. Pino se introdujo en la poesía a los 12 años de edad al oír la palabra inmiscuir de labios de un profesor: "Se me antojó vital; las tres íes, los ganchos de las enes y de las emes, ¿no le daban un aspecto de oruga, de ciempiés? Cuando consulté el diccionario apareció mi deseo de escribir, de envasar palabras, de hacer poemas". Así relató este artista, perteneciente a la generación del 36, a su biógrafo, Antonio Piedra, sus orígenes en la poesía.
Este original mundo, en el que también cabría la pintura, es el que formaría el carácter de este autor que navegó por grupos literarios de vanguardia y colaboró activamente con José María Luelmo en las revistas surrealistas Ddooss, A la Buena Ventura y Meseta, publicaciones que para el poeta significaban su más alta concepción de la poesía. "Allí radicaban los sentidos, en ese paraíso poético", señaló en alguna ocasión el autor de obras como Antisalmos, o Méquina dalicada, un cuaderno éste último donde se recogen muchas de sus creaciones en los años treinta.
Formado intelectualmente por su madre, María del Carmen Gutiérrez y García de la Cruz, mujer de profundas convicciones religiosas, Pino se formó en la Universidad de Valladolid y en la London School en Inglaterra, donde estudió Economía para después completar su formación universitaria en la Universidad de París.
Detenido en 1936
Al regresar a España vivió traumáticamente la Guerra Civil española. Republicano confeso, el poeta fue detenido en 1936 y encarcelado en la Modelo de Madrid por hacer pública su manifestación de fe cristiana. A punto de ser fusilado, junto a su amigo y también poeta Díaz de Jove, salvaron la vida gracias a la intervención de un guardia de asalto. No fue ésta la única vez que Francisco Pino entró en la cárcel. Su negativa a empuñar las armas durante la guerra le hizo visitar varias prisiones a pesar de haber sido el responsable de cultura de la organización humanitaria Socorro Rojo, en Madrid.
Pino escribió con posterioridad: "Yo soy una bandera tremolante en mi época. Yo no he respondido nunca a ningún ideal de patria. Yo he respondido siempre a mis amigos, en la cárcel y fuera de ella". Esta contradicción, la de un hombre de talante republicano, solidario y hasta cierto punto libertario bajo unas convicciones de hombre católico y familia dedicada a los negocios, originó un drástico cambio en su forma de ver y contemplar la vida.
Se integró en el negocio familiar y se retira en 1940 a una casa ajardinada en el Pinar de Antequera, a diez kilómetros de la capital, y en ediciones limitadísimas escribió algunas de sus mejores composiciones. Obras de un hombre muy complejo que relataba a su biógrafo que "los poetas se han desvivido para ofrecernos esa gran realidad; la puerilidad de todos los comportamientos humanos llamados responsables y experienciales, porque para el poeta la vida es la verdadera vida: la que ninguno vive".
Pino concedió una de sus últimas entrevistas a Babelia en junio de este año con motivo de la publicación de El pájaro enjaulado (Azul), el primero de la trilogía que completan Claro decir (Lumen) y Siempre y nunca (Cátedra).
Ironía
En esa entrevista decía que se identificaba de igual forma con los adjetivos vanguadista y tradicional, religioso y revolucionario, "porque todos son el mismo". "Me gusta vivir al lado de la ironía, y lo económico, lo militar, siempre me ha parecido irrisorio", añadía este poeta que no concebía la vida sin su cuaderno y su pluma. "Nuestras vidas van a dar a la mar, como decía Jorge Manrique, pero lo económico no va a dar a nada. Hay que oponer lo poético, lo religioso, y remontarse, huir de la vulgaridad". Aun así, aseguraba que no era un pesimista. "Me he reído de todo eso para quitarle valor, porque lo que deseaba era lo vivo, allí está la esperanza. El mundo no está perdido, la vida no está perdida".
Entre sus obras figuran también Cuaderno salvaje (1983) y Así qué (1987).
Francisco Pino será enterrado hoy en el Pinar de Antequera. Tras él queda la obra de un personaje lleno de contradicciones y de insatisfacciones, a la vez tan intimista como exhaustivo y que conjugaba el verbo clásico resolviendo con sabiduría los enunciados más vanguardistas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 23 de octubre de 2002