En un país movilizado contra el terrorismo, el fracaso de la policía en su intento de identificar y detener al francotirador que tiene atemorizado a Washington y varios Estados vecinos resulta estrepitoso. El asesino ha matado y sembrado el terror, especialmente con su amenaza contra los niños, lo que ha alterado la actividad escolar de 150.000 colegiales en el Estado de Virginia. En una carta supuestamente de su autoría se ha permitido acusar de ineptitud a la policía por no haber respondido a sus llamadas en seis ocasiones. Los diversos cuerpos de seguridad implicados en la búsqueda del criminal han dado muestras de una preocupante falta de coordinación, empezando por el FBI, a quien se le colaron los pilotos suicidas del 11-S. Mientras, los dos detenidos en relación a este caso han quedado relegados al olvido.
Sorprende, entre muchas cosas, que el asesino reclame dinero para dejar de seguir cobrándose víctimas con su rifle. La misiva que ayer se conoció es humillante para la policía y aterroriza a una población bombardeada a diario con todo tipo de amenazas. Contribuye al terror que la propia policía opte por comunicarse con el asesino invisible a través de los medios, fundamentalmente la televisión, en un lenguaje críptico. En torno a estos crímenes de indudable dimensión mediática se ha establecido un diálogo sin precedentes entre el psicópata y sus perseguidores a través de las cámaras y pantallas de televisión que resulta incomprensible para el público. El psicópata -si es que los 10 asesinatos son todos de la misma mano- parece tener una inteligencia malvada pero aguda, capaz de generar lo que más interesa a los terroristas: sembrar la desorientación y la confusión entre los ciudadanos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 24 de octubre de 2002